El reinado del poder confuso (América Latina en la trampa progresista)

07.Abr.06    América Latina
   

Cartón lleno, la ola progresista está a punto de cubrir lo esencial de la geografía latinoamericana. Sin embargo desde el punto de vista de los intereses económicos dominantes en la región muy poco ha cambiado, tampoco se han producido mejoras en el plano social, el proceso de concentración de ingresos y empobrecimiento masivo continua su marcha


Si López Obrador llega a imponerse en Méjico, la vieja derecha neoliberal habrá quedado reducida a unos pocos remanentes de los años 1990.

Aunque se han producido mutaciones decisivas en las retóricas oficiales, ahora plagadas de alusiones humanistas y de críticas a las multinacionales o al FMI (que no se dan por aludidos y prosiguen su labor). ¿Que es en realidad el progresismo latinoamericano?, ¿que rasgos definen a un gobierno como tal?, ¿en que se diferencia de los regímenes anteriores?, ¿como puede ser que en Washington, donde gobierna la extrema derecha, no aparezca ni la menor señal de preocupación por estos cambios?.

Fronteras borrosas

Ensayar una tipificación del centroizquierda regional no es tarea sencilla, pululan señales híbridas, contradictorias, discursos opuestos a los hechos, promesas incumplidas. Sus fronteras son borrosas, en ciertos casos es difícil establecer si algunos de sus integrantes realmente pertenecen o no al espacio, su heterogeneidad ideológica y de origen político es desconcertante. Lula fue un dirigente obrero partidario del socialismo aunque apenas llegó al gobierno aclaró que no era un hombre de izquierda, Kirtchner fue en la década pasada un decidido gobernador de provincia neoliberal, amasó su primera fortuna durante la dictadura militar, pero ahora ha decidido borrar ese pasado, se proclama progresista y recuerda lejanos nebulosos antecedentes en la “izquierda peronista” (y aplica una política favorable a la hegemonía de las multinacionales). Bachelet es al mismo tiempo “heredera” del partido socialista de Salvador Allende y firme defensora del sistema económico forjado bajo la dictadura de Pinochet. Y tanto ella como Tabaré Vazquez (de vieja trayectoria en la izquierda y acompañado por funcionarios ex tupamaros) están entre los más fieles aliados de los Estados Unidos.

Algo que los marca a casi todos es su dedicación prioritaria a las manipulaciones mediáticas, el mundo ilusorio de los medios de comunicación es la “tierra firme” cuya dinámica sobredetermina buena parte de sus actos, toda esa venta y reventa de ilusiones cubre un pragmatismo próximo a la amoralidad absoluta. Su común denominador es un cierto izquierdismo “cultural” (moderado) combinado con políticas económicas conservadoras que preservan las reformas neoliberales de los años 1980-1990. Aunque en materia de política internacional en algunos casos van más allá de los discursos y practican un juego que afloja los tradicionales lazos de sujeción al Imperio y anuda vínculos con otros sistemas de poder. En fin, la rápida decrepitud de las privatizaciones los lleva a veces a reasumir el control público de algún sector enajenado en ruinas, lo que les permite animar unos pocos shows nacionalistas (muy acotados).

Tanto juego confuso despista a quienes los evalúan siguiendo patrones de otras épocas, entre otras cosas, porque una de sus fuentes (mediáticas) de legitimación es la utilización inescrupulosa del pasado, en especial de la memoria (remodelada) de rebeldías populares extinguidas. Ejemplos: un alto funcionario uruguayo que hace varias décadas era un joven rebelde tupamaro se escuda en esos antecedentes para justificar algún acto de corrupción gubernamental o la aceptación “realista” del saqueo realizado por empresas multinacionales, Kirchner rinde una y otra vez homenaje a las víctimas de la dictadura mientras obedece fielmente la última exigencia del FMI y salda por anticipado la megadeuda argentina con ese organismo (al mismo tiempo le arroja alguna crítica), un funcionario del gobierno de Brasil recuerda su lejano combate contra el despotismo militar mientras Lula decide el remate 13 millones de hectáreas de tierras amazónicas o el envío de tropas a Haiti.

El nuevo contexto global

La observación de los recientes cambios en el contexto global nos puede ayudar a entender al progresismo latinoamericano. En poco menos de un lustro los Estados Unidos han perdido la imagen de superpotencia imbatible y ahora afloran alianzas, polos de distinto peso que toman distancia del Imperio y que a veces lo enfrentan, la fantasía del planeta norteamericanizado se va esfumando. Emerge China, que pese a su dependencia comercial del mercado norteamericano enfrenta a la estrategia estadounidense en numerosos países y temas decisivos del comercio global (suministro de materias primas, inversiones, etc.). En el corazón de Asia se está conformando una alianza económico-política entre Rusia, China e Irán, contratos multimillonarios de venta de petróleo y gas, inversiones en infraestructura, venta de armas, programas de cooperación tecnológica, etc., van tejiendo una tupida red entre esos tres países, atrayendo a numerosos estados de la periferia y desplazando intereses occidentales. India juega cierto juego propio oscilando entre los Estados Unidos y las naciones emergentes de Asia, la Unión Europea mantiene su amistad histórica con el Imperio pero en una suerte de distanciamiento suave, muy prudente, manifestando a veces sus desacuerdos.

El empantamiento de los Estados Unidos en Irak y Afganistan y sus crecientes dificultades económicas (superdeudas pública y privada, déficits comerciales y financieros, etc.) demuestran sus debilidades estratégicas, la enfermedad del gigante incita a las fieras circundantes a pegarle mordiscos, robarle alguna presa o alejarse de su influencia.

La hegemonía aplastante de los años 1990 no es sustituida por otra forma de polarización dura (como fue la bipolaridad en la época de la Guerra Fría) sino por una situación muy original (no tiene paralelo en la era moderna) de despolarización que le abre el paso a una suerte de multipolaridad floja de futuro incierto. Mientras la superpotencia declina no emergen centros dominantes de reemplazo. Amplios espacios del sistema mundial aparecen así sumergidos en un capitalismo difuso, sin control imperialista fuerte (por parte de potencias declinantes o emergentes).

Además el marco de esta transformación no es una nueva prosperidad general del capitalismo sino su crisis prolongada que ahora tiende a agudizarse.

Impulsadas por esta realidad numerosas burguesías periféricas (especialmente en Latinoamérica) combinan interpenetraciones financieras y productivas extra norteamericanas con gestos de independencia frente el Imperio.

Esto podría hacernos recordar al mundo de los años 1930 cuando la oligarquía argentina (y algunas otras de la región) mezclaba su tradicional anglofilia con acercamientos hacia Alemania o Estados Unidos y alentaba a muchos de sus políticos, militares e intelectuales al acercamiento con las “nuevas ideas” (el fascismo) en detrimento de las “viejas” (el liberalismo decimonónico). Pero el paralelo es en buena medida falso, este es otro planeta, en el plano ideológico no asistimos a tentativas de recambio de los paradigmas burgueses sino al desprestigio de los existentes sin renovaciones culturales (capitalistas) a la vista. Desde el punto de vista económico no declina un viejo Imperio (Inglaterra) acosado por otros más jóvenes, más bien constatamos el deterioro del gran barco estadounidense y el probable hundimiento por arrastre de sus aliados y rivales.

Independencias moderadas

Las pequeñas maniobras por cuenta propia del Mercosur (liderado por Brasil) deben ser inscriptas en este nuevo contexto, también el galimatías de Evo Morales que luego de su victoria electoral pudo exhibir el apoyo de Cuba y Venezuela, pero también de España y la Unión Europea, el visto bueno de Bush, la amistad de China e India y la decisión del FMI de perdonar la deuda boliviana.

La autonomización prudente respecto de los Estados Unidos por parte de algunos gobiernos progresistas suele combinarse con la aplicación de políticas económicas reaccionarias, de consolidación del subdesarrollo, Lula, Kirchner y Tabaré Vazquez son tres buenos ejemplos de eso. Evo Morales en Bolivia con su proyecto de “capitalismo andino-amazónico”, más allá de sus desbordes verbales aparece objetivamente como un renovador de la Bolivia burguesa (atrapada por las redes empresarias multinacionales) ampliando el espectro de relaciones carnales con el capitalismo global, lo que seguramente, de lograr algunos éxitos en sus objetivos, implicará cambios importantes en las relaciones internas de poder.

Sin embargo las audacias “patrióticas” o “sociales” del progresismo son muy limitadas porque a diferencia de los años 1930 hoy el capitalismo como realidad mundial es básicamente un gran depredador financiero, su “cultura” no es la de la gran industria militarizada o de otro signo sino la de los negocios especulativos de corto plazo, los golpes de mano financieros, el saqueo veloz de países. Nada más lejos del capitalismo global del siglo XXI que los proyectos de reconversión productiva (recomposiciones semicoloniales, industrializaciones periféricas, etc.). Ello incluye a la degeneración gangsteril de las (lumpen)burguesías locales.

Algunos gobiernos progresistas suelen referirse a sus antepasados nacionalistas burgueses (Getulio Vargas en Brasil, Peron en Argentina)… nada que ver. Así como la prostitución no es una forma de liberación de la mujer, la diversificación de negocios a escala internacional tampoco es la independencia de la sociedad periférica. Cada nuevo amo-inversor aporta sus propias perversiones, la degradación deja de tener una única referencia externa para extenderse a un fluctuante abanico de aves de rapiña.

El neoliberalismo latinoamericano fue la expresión de una doble decadencia (pese a sus invocaciones al milenio de prosperidad de la economía de mercado); decadencia del capitalismo mundial que ingresaba de lleno en la era de la hipertrofia financiera, y del capitalismo regional que dejaba atrás sus últimas ilusiones productivistas (de industrialización acelerada, de modernización agraria, etc.) para ingresar en el parasitismo de la mano de Menem, Salinas de Gortari o Fujimori. Ahora el progresismo expresa una doble degradación mayor, en el plano internacional marcado por el delirio militarista del Imperio, su profundo deterioro institucional y económico, y el resquebrajamiento político y social de la Unión Europea (con bajas tasas de crecimiento), una megacrisis energética a la vista, etc. Y en el nivel regional la tentativa de gestión de la agonía neoliberal.

Realismo norteamericano

Pero esos modestos espacios de autonomía son también el resultado de la flexibilidad de la diplomacia norteamericana. Ironías de la historia, la era “demócrata” de Clinton coincidió en América Latina con gobiernos de “derecha” , la época ultraconservadora de Bush coincide con la extensión del progresismo. Es que los años 1990 fueron los de las grandes reformas privatistas, la recolonización se consumó en ese momento, ahora ya no queda casi nada por privatizar, estos no son tiempos de “reformas” neoliberales sino de preservación del sistema, de gobernabilidad, afectada por las consecuencias catastróficas de aquellos cambios (explosión de la indigencia, crisis de los servicios públicos desnacionalizados, desprestigio de los elencos políticos, del sistema judicial, en suma; de la institucionalidad burguesa). En la mayoría de los países las camarillas abiertamente neoliberales no están en condiciones de gobernar, su presencia en el poder provocó desde fines de la década pasada sublevaciones populares como en Bolivia, Ecuador o Argentina o el crecimiento de movimientos sociales amenazantes como en Brasil. La alternativa conservadora viable pasó a ser el progresismo.

Por otra parte el Imperio consagrado a una gigantesca operación de conquista y control militar en Asia Central y Medio Oriente no está en condiciones de abrir un segundo maga frente militar en América Latina, menos aún cuando en el espacio asiático está sufriendo serios reveses.

Ambos motivos han llevado a la diplomacia norteamericana a una estrategia de “retaguardia flexible” en América Latina contemporizadora con ciertos discursos altaneros y una que otra picardía sin consecuencias graves (por ahora), el realismo político ha prevalecido, los halcones de Washington tuvieron que auto controlar sus delirios fascistas.

Debilidades y equívocos convergentes

El progresismo no es el resultado del ascenso de nuevos sistemas de poder sino el producto de diversas debilidades y equívocos convergentes. En primer lugar aparecen las burguesías locales, transnacionalizadas, sin otro proyecto que la reproducción del parasitismo, sin partidos políticos conservadores medianamente estables y respetados (crisis de legitimidad).

Luego las fuerzas armadas que no se han recompuesto de sus pasados dictatoriales, entrelazadas con redes mafiosas y diversos sistemas de corrupción y acotadas, en parte desestructuradas por la estrategia que los Estados Unidos aplicó en la región desde los años 1980 (logrando debilitar a los estados latinoamericanos). En tercer lugar el Imperio ha perdido fuerza global y en consecuencia ya no está en condiciones de imponer sus decisiones en un ciento por ciento. En cuarto término las otras potencias (Unión Europea, China, Japón) intervienen en la región con distinta grado de incidencia pero en ningún caso se perfilan como fuerzas imperialistas dominantes.

A todo lo anterior que podríamos denominar “debilidad de los de arriba” debemos asociar una dualidad compleja en “los de abajo”. A lo largo de la década actual estallaron rebeliones, se extendió una multiplicidad de formas de protesta, de organizaciones sociales, que en algunos casos apuntaron más allá del neoliberalismo. En Bolivia por ejemplo a mediados del año pasado el pueblo insurgente exigía un “gobierno obrero y popular”, en Argentina el reclamo popular entre fines de 2001 y comienzos de 2002 era “que se vayan todos” (jueces, políticos, transnacionales…), en Ecuador las movilizaciones sociales derribaron varios presidentes. Sin embargo esas rebeldías no lograron destruir los sistemas de poder… las masas avanzan, golpean, desbordan, amenazan, acosan pero finalmente se repliegan o bien demuestran su incapacidad para superar la crisis. Es en ese punto donde las instituciones del sistema logran recomponerse y frenan el descontento, el poder burgués sobrevive, aunque para ello se ve obligado vestir una nueva indumentaria que adorna con vistosos apliques “izquierdistas” y símbolos extraídos del folclore popular, mientras arroja al basurero a unos cuantos políticos desprestigiados.

Uno de los instrumentos de esa renovación política es la incorporación al sistema de poder de cuadros y estructuras sociales de izquierda que abandonan según distintos ritmos viejos principios para ingresar en el universo de los “cambios posibles”, es decir ínfimos, superficiales. El PT de Brasil o el Frente Amplio de Uruguay realizaron un largo camino de integración a las instituciones, cada paso hacia arriba, cada victoria electoral los iba comprometiendo más y más con la gobernabilidad del régimen (el proceso no constituyó ninguna novedad, repetía antiguas comedias reformistas). En Argentina se trató de una sucesión de cooptaciones de cuadros ablandados por la adversidad (o su “recuerdo” deformado) desde los 1980 con Alfonsin, incluso bajo Menem y por supuesto desde la llegada de Kirchner.

El panorama es completado por una suerte de equívoco que ayuda a la reproducción de la farsa. Cuba, una vieja revolución que resiste exitosamente al acoso imperial y Venezuela, una revolución nueva en plena búsqueda de caminos postcapitalistas, burlan en parte la tentativa de aislamiento regional al que los quiere someter la Casa Blanca, anudando acuerdos y abrazos amistosos con algunos de los gobiernos progresistas, aprovechando los espacios entreabiertos de autonomía. Esas maniobras están plagadas de desprolijidades, zancadillas, efectos positivos y pasos en falso. Los Estados Unidos no pueden oponerse de manera brutal a dicho juego porque corren el riesgo de acorralar más de lo conveniente a sus amigos progresistas y a veces se hacen los distraídos (no siempre), por su parte los gobiernos progresistas emplean a fondo las imágenes cubano-venezolanas en su empresa de captura y domesticación de la izquierda, aunque a veces cometen torpezas, por ejemplo ciertas maniobras (por encargo) de desestabilización de esos países (así fue el “caso Hilda Molina” donde el gobierno de Kirchner intentó crearle problemas interno-externos a Cuba seguramente en coordinación con el Departamento de Estado norteamericano).

La izquierda empantanada

El progresismo pudo desplegar su arte de la confusión con un alto grado de impunidad (hasta el presente) porque en numerosos casos manipuló o marginó a una izquierda culturalmente floja que no pudo superar formas ideológicas fracasadas, obsoletas, y comprender plenamente las transformaciones producidas en el último cuarto de siglo. Como no saldó teóricamente sus cuentas con el pasado permitió que los sistemas de poder pudieran aprovechar esa grieta para bloquear su desarrollo, recapturar desbordes populares, neutralizar o devorar a muchas de sus estructuras nuevas o viejas.

Ello plantea “temas” cuyo tratamiento excede los limites de esta nota pero que de todos modos es útil enunciar alentando de ese modo un debate estratégico ineludible. Primero, el bloqueo ideológico (1) que le impide a la izquierda convertirse en catalizadora de las rebeldía populares y promover el avance de prácticas autónomas (2) articuladas, impulsando el desborde revolucionario de los de abajo, acosando, desestructurando al Poder burgués apuntando a su destrucción. Prisionera de los paradigmas jacobinos victoriosos con la Revolución Rusa y luego sensiblemente deformados, no puede superar el anquilosamiento aparatista que le ha impedido conectar positivamente con la nueva pluralidad popular. Producto de la última modernización capitalista (y de su crisis) donde irrumpen miles de organizaciones, iniciativas, ensayos de ruptura, de reconstrucción cultural, de supervivencia, ejerciendo un alto nivel de desconfianza ante las estructuras jerárquicas, centralizadas de manera autoritaria.

El desafío es construir concretamente, sobre el terreno de las confrontaciones antisistema, izquierdas revolucionarias cuya meta no sea el control de la insurgencia (con la esperanza ilusoria de conducirla a la victoria) sino su impulso, su promoción democrática. Tal vez eso fue lo que faltó en Bolivia en las dos últimas sublevaciones (dejándole la vía libre al reformismo), también se notó dicha carencia en la Argentina de 2001-2002. probablemente no con vista a una revolución en el corto plazo sino para el inicio de un proceso de desestabilización prolongada y creciente del régimen. No se trata de una adaptación a los nuevos tiempos sino de una mutación integral teórica y práctica apoyada en la critica radical del autoritarismo.

En segundo lugar, la reinstalación superadora del proyecto revolucionario, diferenciándolo no solo de las ilusiones reformistas sino también de los gradualismos basistas que eluden el tema del Poder, es decir la confrontación total con el sistema. No se trata de construcciones autistas sino de respuestas a la crisis del capitalismo (incluyendo su reciente conformación neoliberal pero profundizando la revuelta más allá de la misma hasta llegar a las raíces del régimen). Esta no es época de reconfiguración positiva del mundo burgués (como lo fue la era keynesiana) sino de su decadencia, evidente en América Latina donde las estructuras sociales elitizadas y controladas por mecanismos de saqueo no permiten “mejoras” duraderas. Y mucho menos desarrollos integradores de capitalismos nacionales, populares, “serios”, etc., desde el cuento kirchnerista del capitalismo nacional y popular o la exageración folclorica de Evo Morales y su capitalismo andino-amazónico. hasta el de la gestión astuta de lo existente apuntando a su modificación en el larguísimo plazo (Bachelet, Tabaré Vazquez, Lula).

En tercer lugar, el enfrentamiento, la ruptura total, sin conciliaciones de ningún tipo con el espectro progresista. Que debe dejar de ser considerado el mal menor o el amigo inconsecuente para ubicarlo en el campo de los enemigos del pueblo. Ello implica una compleja construcción teórica y práctica de la confrontación con el sistema de poder y su estructura institucional, el desarrollo de fuerzas populares extra institucionales.

Si la función histórica del progresismo es postergar, corromper, trabar el desborde del potencial insurgente de las bases populares, el rol de la izquierda revolucionaria debería forjarse en torno de la articulación de vastas operaciones de destrucción del orden establecido, de liberación de la energía social aprisionada por las estructuras burguesas, la palabra clave es Revolución.

jorgebeinstein@yahoo.com


(1) utilizo el término “ideología” en el peor sentido de la palabra, es decir conciencia falsa, reduccionista, simplificadora de la realidad que se autoproclama comprensión total (sin contradicciones) de la misma.
(2) es decir “autopraxis”, liberadora de los oprimidos y destructora del Poder opresor, tal como Marx empleaba el concepto.

Fuente: La Haine