La economía cubana muestra ahora una dinámica de creciente pluralidad, donde se combinan inversiones extranjeras, empresas estatales clásicas, cooperativas y privadas e incluso cuentapropismo a través del mercado o de distribuciones no comerciales de bienes y servicios
Septiembre 2.000
La economía cubana, por la que luego de la implosión soviética nadie daba un céntimo, ha salido de su gravísima crisis y crece desde hace un lustro a ritmo sostenido. Los problemas están lejos de haber sido resueltos, pero el gobierno y la sociedad de esa pequeña isla han atraído inversiones y diversificado su producción, incluso energética, manteniendo un Estado fuerte, severas regulaciones y lo esencial de sus conquistas sociales. Todo ello a pesar de la intensificación del bloqueo de Estados Unidos, que habla apostado a un rápido hundimiento de la revolución.
A comienzos de los ‘90, luego del derrumbe soviético dos acontecimientos solían ser presentados como inminentes: la descomposición china y la debacle de Cuba. Los medios internacionales confrontaban las penurias chinas con la emergencia de tigres y dragones asiáticos, paraísos del nuevo capitalismo. La comparación regional mostraba al país comunista abrumado por la burocracia mientras las inversiones fluían alegremente hacia Filipinas, Corea del Sur o Indonesia. Pero ya a mediados de la década, la expansión económica china ‑con más aportes externos de capitales que el conjunto de naciones emergentes asiáticas‑ no podía ser ignorada. En 1997 llegó la crisis que arrasó con los países modelos de la región, pero China siguió creciendo a tasas anuales espectaculares.
El caso cubano es aún más llamativo, ya que si en el anterior podía ser esgrimido el argumento de la inmensidad del país, de su aparato dirigente, de las masas humanas encuadradas por el Partido Comunista Chino, con Cuba nada de eso es válido. Se trata de un Estado pequeño (unos 11 millones de habitantes), pobre en recursos naturales, con fuerte dependencia de los suministros externos de petróleo, alimentos y una amplia gama de insumos productivos indispensables. ¿Que ocurrió? ¿Por qué no sufrió el mismo destino que el conjunto de naciones del bloque soviético, al que estaba estrechamente integrado?
Hacia fines de los ‘80, cerca del 85% del comercio exterior de la isla era realizado con ese grupo de países, pero a comienzos de los ‘90 la vinculación se quebró y desaparecieron de la noche a la mañana cuantiosas inversiones productivas, el suministro de combustibles, de materias primas y el apoyo militar que le servía de seguro frente ala hostilidad de Estados Unidos. También la gran referencia ideológica y política que mostraba a los cubanos que su aislamiento regional y la tozudez del enemigo estadounidense eran gradualmente superados por sus aliados socialistas, cuya influencia se iba extendiendo por el planeta. La URSS desapareció, hundida en el fracaso. Estados Unidos creyó entonces, luego de tres décadas de confrontación ininterrumpida, que era el momento del golpe de gracia y agravó el bloqueo, ahogando aún más a esa pequeña economía.
En 1989 las exportaciones de Cuba llegaban a 5.400 millones de dólares y las importaciones a 13.500 millones, pero en 1994 las primeras habían descendido a 1.300 millones y las segundas a 3.600 millones.[1] El déficit comercial ‑un mal crónico‑ seguía, pero ahora alimentando a un sistema productivo notablemente reducido. Durante el periodo 1989‑93 el PBI y la productividad del trabajo cayeron a un ritmo anual real promedio del 12% y el impacto sobre la población fue devastador: el consumo per capita de carne cayó de 39 Kg. en 1989 a 21 en 1994; el de pescados de 18 a 8 Kg.; el de productos lácteos de 144 a 53 Kg.; el de hortalizas de 59 a 27 Kg..[2] La penuria energética, provocada por la desaparición de los suministros soviéticos de petróleo, aparecía como el hecho más espectacular de un panorama de desastre. La economía estaba al borde del derrumbe, la revolución parecía haber entrado en su hora final, la mayor utopía latinoamericana del siglo XX agonizaba.
En América Latina, mientras tanto, la combinación de liberalismo económico y democracia formal aparecía como una marea irresistible. Algunas voces críticas alertaban acerca de las crecientes desigualdades que acarreaban esos modelos acompañados por regímenes políticos corruptos y elitistas donde la participación de las clases bajas era inexistente, pero eran sepultadas por el triunfalismo reinante.
México era presentado corto el ejemplo a seguir, con sus privatizaciones y apertura a la entrada indiscriminada de capitales bajo el liderazgo de Carlos Salinas de Gortari. En Argentina, el peronismo habla regresado al poder, pero sepultando su vieja historia nacionalista adoptaba el liberalismo extremo, eliminaba las barreras proteccionistas, vendía las empresas estatales, restringía la seguridad social y la legislación obrera. En Perú, Alberto Fujimori abría las puertas al capitalismo salvaje y liquidaba el peligro guerrillero.
Pero el desenlace anunciado tardaba en producirse. ¿Por qué no caía el régimen comunista? ¿Por qué no aparecía un Hiel sin cubano? No faltaron los “expertos progresistas”, algunos de ellos “amigos de Cuba”, que apelando al realismo sugerían que “antes de que sea demasiado tarde”, Fidel Castro debía dar el paso salvador hacia Occidente, subiéndose a la ola triunfante en América Latina y el resto de la periferia.
La recomendación no fue escuchada y de pronto, en 1994, la economía cubana dejó “sorpresivamente” de caer, creciendo un modestísimo 0,7% en términos reales. En 1995 volvió a crecer, pero más del 2,5% y en 1997 rozó el 8% . La secuencia positiva se prolonga hasta hoy: en 1999 creció un 6,2%.
El estancamiento
Cuando a comienzos de los ‘90 Estados Unidos decidió intensificar el bloqueo no lo hizo sólo porque la URSS había perecido, sino también porque la economía cubana había entrado en estancamiento varios arios antes, luego de un largo período de expansión ininterrumpida. Todavía en el periodo 1981‑85 el crecimiento anual promedio del PBI había sido superior al 8%, con cifras muy positivas para la productividad, la ocupación y los salarios, pero durante el quinquenio siguiente esos indicadores cayeron, bajó el PBI y la productividad del trabajo, aunque siguieron subiendo modestamente los salarios. La gente disponía de una masa de dinero mayor pero los productos ofrecidos eran insuficientes. La demanda insatisfecha se combinaba con expresiones de desorden social, como el aumento del ausentismo, la indisciplina laboral y la proliferación de diversas formas de corrupción.
En los “80 se había producido una gran renovación y ampliación de la fuerza de trabajo, uno de cuyos aspectos más significativos fue la incorporación femenina. Entre 1981 y 1985 ingresaron al sistema laboral unos 650 mil jóvenes (el 62% mujeres), la mayor parte nacidos después del inicio de la revolución. Eran los principales beneficiarios de sus grandes conquistas en materia de salud y educación, únicas en América Latina.
Se estaba produciendo una convergencia de factores que llevaban a una crisis de rasgos aparentemente similares a los de otros países socialistas. Jóvenes de alto nivel técnico y cultural enfrentaban el bloqueo de estructuras burocráticas que ahogaban la creatividad y reproducían a escala ampliada corruptelas de todo tipo. Igual que en Europa del Este, el éxito en aspectos significativos del proceso de desarrollo se traducía en un torrente de recursos humanos que desbordaba las fronteras del modelo, engendrando insatisfacción social.[3]
El gobierno respondió con un amplio abanico de medidas, intentando destrabar el sistema productivo y recomponer el entusiasmo perdido. Se puso en marcha la llamada “rectificación de errores y tendencias negativas” que buscaba recuperarla moral laboral y la eliminación de prácticas gerenciales perversas, complementada con medidas de distinto signo: se eliminó el mercado libre campesino y restringió el trabajo por cuenta propia, poniendo énfasis en el turismo, sector que se abrió al capital extranjero. Esos tanteos, no exentos de marchas y contramarchas y nuevos errores, se realizaron en medio de un clima de incertidumbre creciente respecto de la evolución de la URSS. que se fue agravando hacia fines de los ‘80.
Desastre y resurrección
La catástrofe soviética significó la contracción del 75 % del comercio exterior cubano; se extendió la penuria, el aparato productivo quedó al borde de la extinción. El régimen se encontró ante lo que parecía ser una disyuntiva de hierro: aguardar “heroicamente” el derrumbe o negociar una suerte de “rendición honorable” ante los Estados Unidos que incluyera una liberalización económica con desestatizaciones múltiples, desregulaciones de precios, etc. (siguiendo aproximadamente el camino de Europa del Este), acompañada de una “apertura política” más o menos veloz. Los dirigentes cubanos eran conscientes de que la combinación de depresión y generalización del mercado libre generaría una enorme desestructuración social. Si se agregaba a eso la instauración de un pluripartidismo fuertemente influenciado por Occidente y sus apoyos mediáticos, más la inevitable avalancha de medios financieros externos, no habría manera de resistir la avalancha estadounidense y, a partir de allí, un escenario de guerra civil resultaba muy probable.
El gobierno optó por una estrategia de supervivencia muy flexible, pragmática, tendente a lograr un repliegue económico relativamente ordenado que preservara la cohesión social y que ensayaba simultáneamente medidas de salvataje, de reconversión comercial y productiva, mientras iba ganando tiempo con la esperanza de revertir las tendencias negativas a mediano plazo. El régimen no se atrincheró tozudamente a la espera del desenlace fatal, pero tampoco se rindió, y siguiendo su vieja cultura guerrillera se dispuso a hacer jugar al tiempo en su favor frente a la hostilidad creciente de Estados Unidos que reforzó el bloqueo en 1992 con la “Ley Torricelli” [4] agravada en 1996 por la “ley Helms‑Burton”.
Avanzó la apertura externa (entrada controlada de inversiones extranjeras; el turismo fue una de las áreas privilegiadas), se lanzaron iniciativas exportadoras y programas de producción de alimentos al tiempo que eran preservados los niveles de empleo y salario, los gastos en salud, educación y ciencia, pese a la caída del PIB y la productividad laboral, buscando así conservar el apoyo popular aun a costa de fuertes distorsiones sociales. La disparidad creciente entre la caída de la oferta y una demanda solvente que se retraía a un ritmo menor, generó la expansión de la liquidez monetaria en la población a una tasa anual del orden del 30%. La expansión del mercado negro ‑y con él la concentración de ingresos en manos de los comerciantes clandestinos‑ fue inevitable. Entre 1989 y 1993 los precios en mercado negro subieron casi cuarenta veces.[5]
Mientras tanto, la reconversión daba algunos frutos modestos y se desarrollaban la extracción de petróleo, el turismo, la bioindustria.
Pero fue en 1993 ‑cuando el consumo de la población era casi un 30% menor que en 1989‑ cuando el proceso cobró un impulso decisivo. Fueron adoptadas nuevas medidas de emergencia: autorización de recibir remesas de divisas desde el exterior despenalizando su tenencia; de abrir comercios para la venta de bienes de consumo en divisas denominadas “Tiendas de Recuperación de Divisas”); ampliación de las actividades por cuenta propia; puesta en marcha de la cooperativización agraria, etc., todo ello en un clima de apertura creciente a las inversiones extranjeras orientadas principalmente hacia el turismo y la minería.
La economía empezó a despegar. Pero no fue sólo un crecimiento cuantitativo, sino una profunda transformación estructural: a comienzos del año 2000, Juan Triana, Director del Centro de Estudios de la Economía Cubana, pudo afirmar con razón que no tenía mucho sentido comparar el volumen del PIB de ese año con el de una década atrás. En efecto, aunque las exportaciones eran más reducidas su composición había cambiado. El azúcar, que en 1990 representaba el 80% de las exportaciones de mercancías, había descendido al 47°/ en 1997, mientras la participación del níquel pasó entre ambas fechas del 7 % al 23 %; la de la industria del tabaco del 2% al 9% y la de productos de la pesca del 1,8% al 7%. Pero el salto más espectacular se produjo en el sector turismo, que en 1990 proporcionaba ingresos equivalentes a sólo el 2% del total de exportaciones de bienes y servicios y en 1998 había llegado al 50%, es decir igual a todas las demás ventas externas de mercancías.
Otro fenómeno notable es el de la facturación de las “tiendas de recuperación de divisas”, donde turistas y cubanos poseedores de divisas hacen sus compras: en 1994 alcanzaba unos 220 millones de dólares, pero hacia 1997 llegaba a los 850 millones, equivalente a las exportaciones de azúcar o al 25% del total de exportaciones de bienes y servicios.[6] Este flujo de divisas permitió sucesivas revalorizaciones de la moneda cubana que pasó de 150 pesos por dólar en 1993 a unos 21 pesos por dólar en la actualidad.
Pero uno de los éxitos estratégicos más notables de los ‘90, poco o nada difundido por los medios de comunicación, fue la expansión petrolera. La dependencia energética de la URSS constituía el talón de Aquiles del sistema productivo cubano, y el gobierno de Estados Unidos seguramente tomó esto en consideración cuanto se ilusionó con los efectos devastadores a mediano plazo de su bloqueo. Pero no valoró las reservas petroleras existentes y la habilidad de los cubanos para encontrar los medios para explotarlas. Los yacimientos situados en el norte de la isla fueron abiertos desde 1990 a la inversión extranjera, que aportó capitales y tecnologías de los que Cuba carecía. En 1999 se dio un paso mas, habilitando la llamada “zona económica exclusiva” marítima situada en el Golfo de México, de una extensión aproximada de 112 mil kilómetros cuadrados.
En 1989 Cuba extraía medio millón de toneladas de petróleo, 1999 terminó con una producción de 2.200.000 toneladas y las previsiones para el año 2000 son de 3 millones de toneladas, a las que habrá que sumar unos 600 millones de metros cúbicos de gas acompañante (equivalente a medio millón de toneladas de petróleo), de tal manera que el 70% de la producción de electricidad utilizará el combustible extraído localmente. En el 2001 se llegaría a los 4 millones de toneladas y hacia mediados de la década se superarían los 6 millones. Este boom petrolero sorprendente aparece ahora como una de las fortalezas estratégicas del sistema.
Menos conocida todavía es la profunda transformación operada en los ‘90 por la agricultura cubana, centrada en la gestión cooperativa de las tierras públicas. El abandono de la administración estatal significó el desarrollo de la autogestión a gran escala, cuya forma principal es la UBPC (Unidad Básica de Producción Cooperativa), que recibe la tierra en usufructo por tiempo indefinido y ejerce la propiedad sobre la producción, vendiendo al Estado o al mercado. Se trata, según diversos autores cubanos, de una “modalidad colectivista de desestatización” que no cambia la naturaleza “socialista” del sistema.[7]
A esta experiencia principal deben agregarse las de parcelación de tierras públicas explotadas por personas, familias o grupos más amplios para producciones de autoconsumo o comerciales de pequeña escala (hacia fines de los ‘90 se habían constituido unas 75 mil unidades de este tipo, abarcando unas cien mil hectáreas, o las microcesiones de unidades de un cuarto de hectárea para el autoconsumo (unas 45 mil unidades, abarcando unas 10 mil hectáreas) y finalmente las explotaciones privadas, de pequeña dimensión.
En 1992 el Estado administraba directamente el 75% de las tierras agrícolas; en 1998 sólo lo hacia con el 33% y el resto correspondía a las diversas formas no estatales entre las que se destacaban las UBPC con el 42% de las tierras. Visto de otra manera el sector “socialista” de la agricultura ocupaba un 85%, de las tierras, aunque en su mayor parte era administrado por cooperativas, mientras que los propietarios privados representaban un 15% de la superficie.
Las experiencias mencionadas en turismo, minería, agroindustria, etc., aparecen en numerosos casos relacionadas con aportes importantes de inversores extranjeros provenientes de más de cuarenta países, aunque en su mayoría canadienses, españoles e italianos. El proceso, regido por regulaciones muy estrictas, se ha venido desarrollando con cada vez mayor intensidad y ha constituido una de las claves del éxito cubano y desnudado el fracaso del bloqueo. Este caso parece demostrar que un país subdesarrollado puede contar con flujos significativos de inversiones directas extranjeras sin necesidad de aperturas salvajes y sin el visto bueno de Estados Unidos. Por el contrario, las reglas de juego con fuerte control estatal como en Cuba o en China atraen capitales que buscan negocios estables de largo plazo, al tiempo que disuaden a las inversiones especulativas. Además la ausencia del megacompetidor estadounidense (factor bloqueo), dejó espacio libre a empresas de países subdesarrollados y desarrollados, que no dejan de aprovechar la oportunidad.
En síntesis, la economía cubana muestra ahora una dinámica de creciente pluralidad, donde se combinan inversiones extranjeras, empresas estatales clásicas, cooperativas y privadas e incluso cuentapropismo a través del mercado o de distribuciones no comerciales de bienes y servicios. Una diversidad que no oculta el predominio del Estado, no sólo a través de su participación en el empleo total [8] sino también de los diversos mecanismo de planeamiento y control directos e indirectos (comerciales, financieros, administrativos, etc.) el encuadramiento político socialista (a través del Partido Comunista y de una amplia gama de organizaciones populares) y, por último, el fondo cultural colectivista que constituye la legitimación última de la vida social.
Razones de la recuperación
¿Por qué logró Cuba rediseñar su sistema en condiciones económicas extremadamente difíciles? Una primera reflexión debería partir del estancamiento de los ‘80, cuando la sociedad cubana aparecía atrapada por la maraña burocrática, condenada a la decadencia común a los países de la esfera soviética. El desastre de 1989‑93, la abrupta desaparición de la URSS y de su influencia ideológica dejó “en el aire”, sin legitimación externa, a los defensores del modelo tradicional. Es posible imaginar que una larga agonía soviética les hubiera permitido resistir con relativo éxito a las presiones juveniles por cambios. Aunque Cuba habría evitado en ese caso las terribles penurias conocidas, las consecuencias a largo plazo de la supervivencia de los antiguos sistemas ‑más o menos “corregidos”‑ hubiesen sido nefastas, agravándose la brecha entre viejas y nuevas generaciones, la corrupción, el desorden económico. etc.
Una segunda observación, vinculada a la anterior, se refiere a la debilidad social relativa ‑en comparación con Europa del Este‑ de las decadentes estructuras burocráticas, confrontada con el vigor del “espíritu militante” y “revolucionario” (expresado en la persistencia del mito de Che Guevara), que mantuvo incólume el gran consenso popular en torno de los valores básicos de la revolución.
En tercer lugar, si la irrupción desde los ‘80 de jóvenes de alto nivel técnico, científico y cultural provocó desajustes, descontento e indisciplina, esos jóvenes en nada se parecían a la “juventud dorada” de hijos privilegiados de los altos funcionarios de Europa del Este. En Cuba no apareció una generación lilberalburguesa, contestataria de la burocracia ineficaz y capaz de generar desintegración social. Una explicación es el peso de la cultura militante e igualitaria, impulsada por estructuras dirigentes austeras que asociaban en la práctica su discurso legitimador con el ejemplo.[9] De ese modo las presiones innovadoras pudieron ser en buena medida canalizadas hacia la gran mutación de los ‘90.
Un cuarto factor de enorme importancia es que los cambios pudieron ser desarrollados por una dirigencia que preservó su continuidad a lo largo de cuatro décadas en estrecha vinculación con “los de abajo”. La diferencia con la URSS es notable, ya que en ésta la guerra civil, las purgas de Stalin y la segunda guerra mundial quebraron la continuidad (cadena generacional) revolucionaria dejando vía libre a administradores grises sin pasado que fácilmente articularon una inmensa maraña de privilegios en torno de enclaves elitistas. Los dirigentes cubanos jamás perdieron su legitimidad de origen.
Una quinta observación es que todo lo anterior se vio facilitado por el carácter profundamente endógeno y radical de la revolución, lo que la diferencia de la mayor parte de países de Europa del Este (donde el socialismo llegó con el Ejército Rojo) pero también de procesos débiles como el de Nicaragua que no llegó hasta el fondo, hasta la raíz, porque no pudo o porque no lo intentó. En Cuba el proceso iniciado en 1959 alteró de manera irreversible datos sustanciales de la cultura nacional, y si en la crisis de los ‘90 se hubiese intentado dar marcha atrás eso hubiese inaplicado casi seguramente el estallido de una guerra civil.
Sexto, el régimen encontró aliados psicológicos decisivos en los fracasos tempranos de la transición al capitalismo en Europa del Este y de los “milagros” neoliberales latinoamericanos. En el primer caso el despliegue propagandístico de los medios de comunicación occidentales por asociar el futuro cubano con el de sus ex aliados socialistas europeos se transformó en un boomerang antioccidental, cuando en los primeros ‘90 se vio el destino mafioso y de degradación material que expresaban la ex URSS, Bulgaria, Rumania y otros países de esa región. En el segundo caso, porque la propaganda no menos intensa en torno del despegue neoliberal de América Latina recibió una sucesión interminable de golpes negativos desde la crisis mexicana de fines de 1994.
Finalmente, debería ser objeto de reflexión el hecho de que la recuperación cubana (desde aproximadamente 1994) coincide con el comienzo del fin de la euforia neoliberal confirmada hacia fines de los ‘90. Una hipótesis de trabajo a desarrollar es que la agravación de la crisis de la economía global dominada por el capital financiero deja espacios libres, fisuras, oportunidades a Cuba. Distinta hubiera sido la situación si la aparente aplanadora capitalista (en realidad una avalancha parasitaria) hubiera prolongado exitosamente su expansión multiplicando tigres y dragones periféricos y consolidando la prosperidad mundial que prometían sus gurúes.
Estas observaciones no agotan la reflexión, que debería abarcar también hechos como la capacidad del régimen para preservar las conquistas populares básicas en materia de salud, educación y otras, los errores de la política anticubana de los Estados Unidos, etc.
Pero el éxito definitivo no está asegurado. Aunque numerosos expertos sostienen que la crisis cubana ya es cosa del pasado, ésta podría presentarse con otras características. Ocurre que los logros de los ‘90 no han permitido superar la forma subdesarrollada de inserción en la economía mundial. Ayer se trataba de la monoexportación azucarera, pero aunque ahora existe una cierta diversificación con el turismo, el níquel, el tabaco, los productos de la pesca, el paquete de exportaciones sigue siendo reducido y muy vulnerable a los vaivenes internacionales.
A ello se vincula el déficit comercial crónico de la isla, que expresa su retraso tecnológico (el bloqueo constituye un factor negativo adicional que agrava la situación) y empuja hacia arriba a la deuda externa, que pasa de unos 6 mil millones de dólares a mediados de los “80 a unos 11 mil millones de dólares en la actualidad.
Tampoco está a la vuelta de la esquina la resolución de la brecha entre el alto nivel cultural y técnico de la población joven y el subdesarrollo económico, un dato de la realidad fuente constante de descontento que podría provocar desórdenes sociales en el futuro.
Modelo en el infierno
Los éxitos no han podido eliminar viejos y nuevos males. El pragmático socialismo plural practicado a lo largo de los ‘90 a impulsos de circunstancias dramáticas no es para nada un paraíso, sino mas bien una alternativa razonable que permite a los cubanos sobrevivir dignamente en un contexto caribeño y latinoamericano que cada día se parece más al infierno.
Cuba ha podido crecer sobre la base de voluntad política, innovación y consenso popular. No siguió las recetas del FMI y mantuvo un Estado fuerte y altamente intervencionista; no cedió un palmo ante el bloqueo estadounidense e impuso reglas y controles muy estrictos a las inversiones extranjeras. Nada de esto le impidió recibir importantes inversiones, que tampoco se atemorizaron ante el socialismo declarado del Estado cubano.
En 1999 la isla aumentó su PBI en mas del 6 %, frente a la caída productiva de Argentina y otros países latinoamericanos fieles seguidores de los esquemas neoliberales, con Estados corruptos y achicados, y enormes masas de marginales. Recientemente el presidente Hugo Chávez anunció que Venezuela podría inspirarse de los ejemplos de Cuba y China: no sería da extrañar que en el futuro se sumaran otros países periféricos.
Notas
[1] Esteban Morales Domínguez, “Retos de Cuba frente a la política de Estados Unidos en la segunda mitad de la década de los “90″, Cuba, período especial y perspectivas, Editora de Ciencias Sociales, La Habana, 1998.
[2] Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba y Angela Ferriol M., “La seguridad alimentaria en Cuba”, en op. cit.
[3] Una encuesta realizada en 1988 constataba que la edad del 32% de la fuerza de trabajo era menor de 29 años y que la del 85% era menor de 49 años (”Monografía sobre el envejecimiento de la población, las características de la fuerza de trabajo y la jubilación en Cuba”, CETSS, La Habana, 1991). Por otra parte “en el decenio (de los “80) ocurrió un salto cualitativo en materia de calificación de la fuerza de trabajo. Los técnicos medios y especialistas de nivel superior se triplicaron llegándose a proporciones de ocho universitarios y trece técnicos por cada cien ocupados”, Angela Ferriol M., op. cit.
[4] La ley Toricelli impide a las empresas estadounidenses y sus filiales en el exterior hacer negocios con Cuba y autoriza al gobierno de Estados Unidos a incautar barcos y cargas que hayan pasado por puertos cubanos hasta seis meses antes.
[5] A. Ferriol, op. cit., y Alfredo González, “La economía sumergida en Cuba”, en Cuba,: Investigación Económica, nº2, época 2, INIE, La Habana, 1995.
[6] Oficina Nacional de Estadísticas de Cuba.
[7] (La UBPC) “es un modo original de desestatización , en el que su forma estatal cede su protagonismo en la producción al cooperativismo socialista. No cambia el contenido sino la forma socialista. La desestatización abre espacios a otras formas sociales de producción”. Santiago Rodríguez Castellón, “La evolución y transformación del sector agropecuario en los noventa“, Balance de la economía cubana a finales de los “90, Centro de estudios de la economía cubana, La Habana, marzo de 1999.
[8] En 1998 las empresas y administraciones estatales aseguraban el 75% del empleo (contra el 92% en 1981), las cooperativas el 8,8%, las empresas mixtas el 4,1%, las empresas privadas nacionales el 8,1%, los trabajadores por cuenta propia el 3%. Cuba en cifras-1998, Oficina Nacional de Estadísticas, La Habana, 1999.
[9] Comparada con la URSS y los países de su órbita o con las de las “democracias” latinoamericanas, la corrupción institucional del régimen cubano ha sido históricamente despreciable y magnificada por la prensa internacional.
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