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Las crisis en la era senil del capitalismo. Esperando inútilmente al quinto Kondratieff

Jorge Beinstein :: 12.03.09

Una avalancha de acontecimientos ha sepultado por completo los pronósticos conservadores de los triunfadores de Guerra Fría, el futuro ya no será un mas-de-lo-mismo

Publicado en el “El Viejo Topo”, Barcelona, n°253, Febrero 2009

Incertidumbre

Incertidumbre es la palabra que mejor define el clima psicológico actual, todos los precedentes capitalistas de esta crisis se han demostrado inservibles a la hora de entender lo que esta sucediendo. La imagen de la “terra incognita”, del ingreso a un territorio desconocido se va imponiendo entre las elites de las grandes potencias, en un articulo reciente aparecido en “The Independent” Jeremy Walker resume bastante bien esa nueva percepción: “Nos encontramos en un mar desconocido, nadie sabe hacia donde vamos. lo único que sabemos es que la tormenta económica prosigue su marcha” (1).

Por su parte James Rickards, una figura clave del aparato de inteligencia norteamericano (formalmente es asesor financiero del Gabinete del Secretario de Defensa) presentó el 17 de Diciembre de 2008 un informe auspiciado por la U.S. Navy donde traza cuatro escenarios catastróficos sobre el futuro de los Estados Unidos, uno (como no podía ser de otra manera en la era Bush) describiendo un mega ataque terrorista que aprovecharía la extrema debilidad de la economía para asestar un golpe mortal al Imperio, otro centrado en una supuesta agresión financiera de China vendiendo masivamente en el mercado dólares y títulos públicos estadounidenses provocando así el derrumbe de sus cotizaciones. Un tercer escenario presenta la caída libre del dólar y las consecuencias desastrosas para la sociedad imperial y el resto del mundo y en fin un cuarto escenario, tal vez el más importante, denominado “Derrumbe existencial” que pronostica una depresión prolongada con reducción del Producto Bruto Interno del orden del 35 % a los largo de los próximos 6 o 7 años, una tasa de desocupación que pronto llegaría al 15 %, etc. (2).

La ilusión de la auto regulación del mercado financiero se ha esfumado, los gurúes de la especulación se ocultaron o cambiaron de discurso acudiendo a otros dioses; los de la intervención estatal a los que ellos hace unas pocas décadas habían arrojado al baúl de los viejos objetos inútiles. Hacia fines de 2008 numerosas revistas especializadas de todos los continentes, algunas destinadas al gran público, mostraban la fotografía de Lord Keynes desenterrado para salvarnos del desastre. Pero hasta ahora la nueva-vieja magia intervencionista ha demostrado la más completa impotencia; varios millones de millones de dólares, euros y otras monedas fuertes (¿fuertes?) fueron lanzadas al mercado en espectaculares operaciones de salvataje con resultado nulo, el mercado financiero no se autoregula pero tampoco acepta ser regulado.

Una avalancha de acontecimientos ha sepultado por completo los pronósticos conservadoras de los triunfadores de Guerra Fría, el futuro ya no será un mas-de-lo-mismo y al hundirse esa linealidad burguesa de la historia reaparece con una fuerza inusitada lo que Mircea Eliade denominaba “el terror a la historia”, en este caso a una probable sucesión de hechos donde los poderes y valores dominantes no sean respetados, desbordados por fuerzas hostiles, es en el seno de las clases dominantes donde ese terror crece velozmente. La crisis financiera es gigantesca pero también los son las “otras crisis” unas más visibles o virulentas que otras convergiendo hasta conformar un fenómeno inédito. Para tomar un solo ejemplo, la crisis energética que expresa por ahora el estancamiento y próxima reducción de la producción petrolera global, fue hasta hace muy poco un catalizador decisivo de la especulación y la inflación (hasta antes de la caída económica global del último trimestre de 2008) y nos espera en un futuro no muy lejano para darnos nuevos golpes inflacionarios, cuando la extracción descienda algunos peldaños más o cuando la depresión económica se detenga. Por otra parte la crisis energética está asociada a la crisis alimentaria y ambas señalan la existencia de un impasse tecnológico general que se extiende al Medio Ambiente y al aparatismo militar-industrial, todo ello concentrado y exacerbado a partir del colapso financiero en los Estados Unidos, el centro del mundo.

Es posible entonces afirmar que las diversas crisis no son sino aspectos de una única crisis, sistémica, del capitalismo como etapa de la historia humana (3).

Ciclos

Una componente importante de esa crisis psicológica es la constatación de que ciertos ciclos que parecían regir el funcionamiento económico han dejado de funcionar, se trata de la destrucción de la creencia en que luego de un determinado número meses o años de vacas flacas llegaría el de las vacas gordas y que el sistema seguiría su camino ascendente. Los ciclos decenales descubiertos por Juglar hacia 1860 atravesaron buena parte del siglo XIX expresando las oscilaciones del joven capitalismo industrial aunque al final del mismo esas rutinas se fueron desdibujando. Hacia 1885 en una nota anexa al Libro III del Capital Engels señalaba que “se ha operado un viraje desde la última gran crisis general (1867). La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que se venía observando hasta entonces parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión…”. Y atribuía ese cambio a la nueva configuración económica internacional marcada por el rápido desarrollo de los medios de comunicación, la ampliación del mercado mundial y el fin del monopolio industrial inglés (4). Los viejos ciclos decenales tendían a desaparecer porque el capitalismo había sufrido cambios estructurales decisivos.

Pero ello no afectó a otras rutinas del sistema como las ondas largas de Kondratieff, etapas de aproximadamente entre 50 y 60 años (la primera mitad de ascenso económico y la segunda de descenso) que se venían sucediendo a partir de la revolución industrial inglesa. A lo largo de la historia del capitalismo han sido registrados cuatro ciclos de Kondratieff, el primero se inició a fines del siglo XVIII y concluyó a mediados del siglo XIX, el segundo terminó durante la última década de ese siglo y el tercero durante los años 1940 cuando se inició un cuarto ciclo cuya etapa de prosperidad llegó hasta fines de los años 1960, hasta 1968 si seguimos la propuesta de Mandel que prefiere establecer cortes históricos precisos (5). A partir de ese momento la tasa de crecimiento de la economía mundial impulsada por los países capitalistas centrales describió una tendencia descendente en el largo plazo que no se ha detenido hasta la actualidad y que debería prolongarse en un futuro previsible (ver Gráfico 2).

Si aceptamos la periodización de Mandel, la fase descendente del primer Kondratieff habría durado unos 22 años, la del segundo 20 años y la del tercero 26 años, el promedio es de aproximadamente 22,6 años, pero el descenso del cuarto Kondratieff ya estaría durando unos 40 años (en 2008) y no es demasiado osado pronosticar su prolongación al menos un lustro más. Siguiendo el modelo teórico la recuperación debió haber comenzado hacia mediados de la década pasada, ello no se produjo y tampoco ocurrió en la actual (ver el Gráfico 3).

Peor aún, cada fase ascendente suele ser asociada a grandes innovaciones tecnológicas que modificaron los sistemas de producción y los estilos de consumo. Así sucedió durante la primera revolución industrial con la máquina a vapor y la expansión de la industria textil, a mediados del siglo XIX con el acero y el desarrollo de los ferrocarriles, a fines del siglo XIX con la electricidad, la química y los motores, y la electrónica, la petroquímica y los automóviles a mediados de los años 1940 en el debut del cuarto Kondratieff. Así “debió-haber-sucedido” en la década de los años 1990 atravesada por grandes innovaciones en informática, biotecnología y nuevos materiales, sin embargo esos cambios técnicos no modificaron positivamente el curso de los acontecimientos, por el contrario acentuaron sus peores características. Por ejemplo la informática: cuando evaluamos su impacto según la importancia de la actividad económica involucrada constatamos que su principal aplicación se produjo en el área del parasitismo financiero cuyo volumen de negocios (unos mil millones de millones de dólares) equivale actualmente a unas 19 veces el Producto Bruto Mundial.

Esto me permite plantear la hipótesis de que así como ocurrió hace cerca de un siglo con los ciclos decenales de Juglar podemos actualmente sostener que las ondas largas de Kondratieff han perdido validez científica, la fase descendente del cuarto Kondratieff ha sido triturada por la nueva realidad, la economía mundial completamente hegemonizada por el parasitismo financiero obedece a una dinámica radicalmente diferente de la vigente durante la era del capitalismo industrial.

Frente a esa evidencia no faltan los expertos y académicos apurados en encontrar una nueva rutina restauradora del orden, algunos proponen regresar a ciclos más cortos y violentos al estilo Juglar (¿retorno al siglo XIX?), otros mixturan Juglar y Kondratieff introduciendo algunos adornos provenientes de la psicología social, otros realizan manipulaciones econométricas en el ciclo Kondratieff conservando así la esperanza en una futura recomposición ascendente del sistema. Es el caso de Ian Gordon, renombrado especialista norteamericano en pronósticos económicos que no duda fabricar un súper “cuarto Kondratieff” estadounidense de casi 70 años, corriendo hacia la derecha el inicio de su etapa ascendente (desde 1940 a 1950) extendiéndola hasta los años 1980 y proponer el fin del descenso (y el comienzo de un nuevo y maravilloso quinto Kondratieff capitalista) para finales de la segunda década del siglo XXI (6).

Senilidad

El fin de las rutinas y el ingreso en un tiempo de desorden general nos están señalando que el mundo burgués no se encuentra ante una enfermedad pasajera, una “crisis cíclica” más al interior del gran ciclo, único y supuestamente vigoroso del capitalismo sino ante una crisis de enorme amplitud donde las enfermedades se multiplican no por un capricho del destino sino porque el organismo, el sistema social universal, esta muy viejo.

El capitalismo mundial ingresó en la etapa senil (7) en los años 1970 cuando el parasitismo devino hegemónico, a lo largo de dicha década y del primer lustro de los años 1980 ocurrieron hechos decisivos en los Estados Unidos, entre ellos el debut de la declinación de su producción petrolera, la decisión del gobierno de Nixon de terminar con el patrón dolar-oro, la derrota en Vietnam a lo que luego se agregaron los déficits comerciales y fiscales crónicos y la suba incesante de las deudas pública y privada, la concentración de ingresos, el consumismo, la elitización y degradación del sistema político, etc.

Todo eso derivó a comienzos del siglo XXI, cuando se desinfló la burbuja bursátil, en una situación extremadamente grave a la que el Imperio respondió con una desesperada fuga hacia adelante: radicalizó su estrategia de conquista de Eurasia desplegando grandes operativos militares (Irak, Afganistán) y reanimó la especulación financiera inflando la burbuja inmobiliaria y gracias a ella volviendo a inflar la burbuja bursátil. Ante la crisis del parasitismo financiero decidió impulsar una ola parasitaria mucho más grande que la anterior, no se trató de un “error estratégico” sino una consecuencia estratégica lógica inscripta en la dinámica dominante del sistema de poder.

Un primer indicador de senilidad es la decadencia de los Estados Unidos resultado de un largo proceso de degradación. La “globalización” desarrollada desde los años 1970 implicó un triple proceso; el aburguesamiento casi completo del planeta (la cultura del capitalismo devino verdaderamente universal al derrotar a la URSS e integrar a China), la financierización integral del capitalismo (hegemonía parasitaria) y la unipolaridad, instalación del Imperio norteamericano como poder supremo mundial. Principal consumidor global y área central de los negocios financieros internacionales a lo que se agrega el hecho decisivo de la “norteamericanización” de la cultura de las clases dominantes del mundo. Es por ello que la declinación (senilidad) de los Estados Unidos, más allá de sus consecuencias económicas (o incluyendo sus consecuencias económicas) constituye el motor de la decadencia universal del capitalismo.

El Imperio ha sido a la vez verdugo y víctima del resto del mundo, su consumismo parasitario ha tenido como contrapartida los buenos negocios comerciales y financieros de las burguesías de la Unión Europea, China, Japón, India, etc. La hinchazón parasitaria estadounidense fue el amortiguador fundamental de la crisis de sobreproducción crónica de las grandes potencias, pero la burbuja imperial ahora se está desinflando y el capitalismo global ingresa en la depresión.

Un segundo indicador de senilidad es la interacción entre dos fenómenos: la hipertrofia financiera global y la desaceleración en el largo plazo de la economía mundial (ver el Gráfico 2). A comienzos del siglo XXI hemos llegado a la financierización integral del capitalismo, las tramas especulativas han impuesto su “cultura” cortoplacista y depredadora que ha pasado a ser el núcleo central de la modernidad. Presenciamos un circulo vicioso; la crisis crónica de sobreproducción iniciada hace cuatro décadas comprimió el crecimiento económico desviando excedentes financieros hacia la especulación cuyo ascenso operó como un mega aspirador de fondos restados a la inversión productiva. Hoy la masa financiera mundial estaría llegando a los mil millones de millones de dólares (solo las operaciones con productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea superan los 600 millones de millones de dólares).

La economía mundial crece cada vez menos pero además se enfrenta con un techo energético que bloquea su desarrollo lo que nos sugiere el tema de la crisis energética es decir de la incapacidad tecnológica del sistema para superar la trampa del agotamiento de los recursos naturales no renovables. No olvidemos que el capitalismo industrial pudo despegar desde fines del siglo XVIII porque consiguió independizarse de los recursos energéticos renovables que lo sometían a sus ritmos de reproducción e imponer su lógica a los recursos no renovables: el carbón, seguido mas adelante por el petróleo. Esa proeza depredadora (que nos llevó al desastre actual) fue el pilar decisivo de la construcción de su sistema tecnológico articulador de una compleja y evolutiva red de procedimientos productivos, productos, materias primas, hábitos de consumo, etc., enlazando al desarrollo científico y a las estructuras de poder.

La crisis energética está asociada a la crisis alimentaria a las que deberíamos agregar la crisis ambiental para dejar al descubierto un tercer indicador de senilidad: el bloqueo tecnológico. Es útil el concepto de limite estructural del sistema tecnológico definido por Bertrand Gille como el punto en el que dicho sistema es incapaz de aumentar la producción a un ritmo que permita satisfacer necesidades humanas crecientes (8), no se trata de necesidades humanas en general, ahistóricas, sino de demandas sociales históricamente determinadas. Es así posible formular la hipótesis de que el sistema tecnológico del capitalismo estaría llegando a su límite superior más allá del cual va dejando de ser el pilar decisivo del desarrollo de las fuerzas productivas para convertirse en la punta de lanza de su destrucción. El capitalismo esta ahora generando un enorme desastre ecológico, resultado de una rigidez civilizacional decisiva que impide superar una dinámica tecnológica que conduce hacia la depredación catastrófica del medio ambiente. Cada vez que eso ocurrió en el pasado precapitalista fue porque la civilización que engendró dicho sistema técnico había llegado a su etapa senil (la destrucción del medio ambiente es en realidad autodestrucción del sistema social existente).

Un cuarto indicador de senilidad es la degradación estatal-militar puesta en evidencia por el fracaso de la aventura de los halcones norteamericanos pero que expresa una realidad global. El estado intervencionista permitió controlar las crisis capitalistas ocurridas desde comienzos del siglo XX, su ascenso estuvo siempre asociado al del militarismo, a veces de manera visible y otras, luego de la segunda guerra mundial, bajo disfraz democrático (si observamos la evolución de los Estados Unidos desde los años 1930 comprobaremos que el “keynesianismo militar” ha constituido hasta hoy la espina dorsal de su sistema).

Pero finalmente el desarrollo de las fuerzas productivas universales, hasta llegar a su degeneración parasitaria-financiera actual, terminó por desbordar a sus reguladores estatales sumergiéndolos en la mayor de sus crisis. El neoliberalismo aparentó ser la expresión de una globalización superadora de los estrechos capitalismos nacionales; en realidad se trataba del vigoroso monstruo financiero devorando a su padre estatal-productivo-keynesiano. Ahora acorralados por la crisis los dirigentes de las grandes potencias retornan al intervencionismo estatal que resulta impotente ante la marea financiera. Esta decadencia estatal incluye la del militarismo moderno evidenciado por el empantanamiento militar del Imperio en Irak y del conjunto de Occidente en Afganistán. Se trata de un doble fenómeno, por una parte la ineficacia técnica de esos super aparatos militares para ganar las guerras coloniales y por otra su gigantismo parasitario operando como acelerador de la crisis, el caso norteamericano es ejemplar (y sobre determinante): la hipertrofia bélica aparece como un factor decisivo de los déficits fiscales y la corrupción generalizada del Estado.

Un quinto indicador de senilidad es la crisis urbana desatada en la era neoliberal y que se agravará exponencialmente al ritmo de la crisis actual. Desde comienzos de los años 1980, cuando la desocupación y el empleo precario en los países centrales se hicieron crónicos y cuando la exclusión y la pobreza urbanas se expandieron en la periferia, el crecimiento de las grandes ciudades fue cada vez mas el equivalente de involución de las condiciones de vida de las mayorías. La descomposición de las ciudades es claramente visible en la periferia pero no es su exclusividad, se trata de un fenómeno global aunque es en el mundo subdesarrollado donde se suceden los primeros colapsos, expresiones mas agudas de una ola multiforme, irresistible.

Crisis

Desde sus orígenes el capitalismo industrial experimentó una larga sucesión de crisis de sobreproducción, en el siglo XIX se trató de crisis cíclicas de crecimiento de una civilización joven; luego de cada gran turbulencia el sistema se expandía pero dejando secuelas negativas que se fueron acumulando hasta finalmente engendrar una fuerza parasitaria-financiera que hacia comienzos del siglo XX devino dominante. En ese momento el capitalismo ingresó en su era de “madurez”, la intervención estatal junto a los parasitismos militar y financiero consiguieron controlar las crisis de las que emergieron fenómenos de decadencia que dieron un salto cualitativo al estallar la crisis de sobreproducción de fines de los años 1960. Esta última fue amortiguada, el sistema global siguió creciendo pero sobre la base de la expansión exponencial de la depredación ambiental y del parasitismo, principalmente financiero, que pasó a controlar por completo al conjunto del mundo burgués inaugurando la era senil del capitalismo

Es en este nuevo contexto que se fue preparando el gran estallido que hoy presenciamos cuyo disparador ha sido el colapso financiero de 2008, a partir del mismo el capitalismo global va pasando (rápidamente) de ser un sistema viejo creciendo cada vez menos y con mayores costos sociales para devenir abiertamente una fuerza destructora de las fuerzas productivas y su contexto ambiental (de la “destruccion creadora” schumpeteriana del siglo XIX a la destrucción depredadora del siglo XXI).

Las civilizaciones anteriores al capitalismo no liquidadas por factores exógenos (invasiones, catástrofes naturales, etc.) lo fueron por devastadoras y prolongadas crisis de subproducción donde sus rigidez técnica (producto del envejecimiento cultural) boqueaba el desarrollo productivo y desataba una catástrofe ecológica. El motor de esas tragedias fue siempre el predominio paralizante del parasitismo acumulado durante el largo ciclo civilizacional.

La burguesía proclamaba haber terminado con las crisis de subproducción de las antiguas civilizaciones gracias al excepcional dinamismo tecnológico del sistema que solo podía sufrir crisis cíclicas de sobreproducción siempre controladas gracias a la creciente sofisticación de sus instrumentos de intervención (que el neoliberalismo no eliminó sino que los potenció poniéndolos al servicio de la depredación financiera). Se burlaba de los catastrofistas, en especial los marxistas, que aguardaban la crisis general y final de sobreproducción que nunca llegó. Sin embargo dichas crisis fueron acumulando un potencial parasitario que está ahora comenzando a generar una crisis de subproducción planetaria, la mayor de la historia humana. Si en este caso quisiéramos seguir utilizando el concepto de crisis cíclica lo deberíamos hacer refiriéndonos al ciclo aproximadamente bicentenario del capitalismo que acaba de ingresar en el período de aceleración de la senilidad, de multiplicación enfermedades y de colapsos.

Cuatro esperas inútiles

Teniendo presente este contexto de crisis sistémica, civilizacional, quiero hacer referencia a cuatro esperas inútiles que florecen en los círculos de poder y sus periferias cortesanas.

La primera de ellas, que sobre determina a las otras tres, es la de la llegada de un quinto ciclo de Kondratieff, de una nueva prosperidad productiva del capitalismo, aguardado durante la década pasada y la actual. No puede llegar porque la estructura económica que engendraba a ese tipo de ciclos en el pasado ha desaparecido víctima del parasitismo financiero.

La segunda se refiere a la llegada milagrosa de un nuevo keynesianismo que portando la espada del intervencionismo estatal les cortaría la cabeza a los malvados especuladores financieros instalando en el centro de la escena a los buenos capitalistas productivos. El nuevo héroe keynesiano no llegará porque su instrumento decisivo, el Estado. es impotente frente a la marea financiera y lo es mucho más ante el océano de la crisis sistémica, además la larga fiesta neoliberal lo ha degradado profundamente. Por otra parte los buenos capitalistas productivos no aparecen por ninguna parte, lo que si aparecen por todos lados son los genios de la especulación financiera.

La tercera espera inútil es la del renacimiento del Imperio luego de casi cuatro décadas de decadencia, sobrecargado de deudas, desquiciado por el consumismo, con una cultura productiva seriamente deteriorada. No existe ningún indicio serio de ese supuesto renacimiento.

Finalmente la cuarta espera inútil es la de un nuevo Imperio capitalista o una nueva alianza imperial, un nuevo centro del mundo burgués, el acople total entre las grandes potencias descarta por completo esa expectativa (dicho acople es el resultado de un largo proceso de integración que terminó por conformar un sistema global fuertemente interrelacionado).


Notas

(1), DeDefensa.org, 17/12/2008 - Faits et comentaires- “Notre temps de la Terra Incognita” (www.dedefensa.org).
(2) Eamon Javers, “Four really, really bad scenarios”, Politico.com, 17 de diciembre de 2008, (www.politico.com/news/stories/1208/16663.html).
(3), Jorge Beinstein, “Los rostros de la crisis. Reflexiones sobre el colapso de la civilización burguesa”, http://www.lahaine.org/index.php?p=22591
Espai Marx: http://www.moviments.net/espaimarx/index.php?lang=cat&query=56352739f59643540a3a6e16985f62c7&view=section
(4), Carlos Marx, “El Capital”, Libro III, Capítulo 30, nota 3, páginas 458 y 459, Fondo de Cultura Económica, México, D.F, 1966.
(5) Ernest Mandel, “Las ondas largas del desarrollo capitalista”, Ediciones Siglo XXI de España, Madrid, 1986.
(6) Ian Gordon, The Long Wave Analyst. http://www.thelongwaveanalyst.ca/cycle.html
(7) El concepto de capitalismo senil fue elaborado en los años 1970 por Roger Dangeville (Roger Dangeville, “Marx-Engels. La crise”, editions 10/18, Paris 1978) y retomado por varios autores en la década actual (Jorge Beinstein, “Capitalismo Senil”, Ediciones Record, Rio de Janeiro, 2001), Samir Amin , “Au delà du capitalisme senile”, Actuel Marx -PUF, Paris 2002).
(8) “Histoire des techniques”, sous la direction de Bartrand Gille, La Pléiade, Paris, 1978.

La Haine


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