Se acumulan las malas noticias para Bush y sus halcones. La economía norteamericana está acosada por el aumento de los desequilibrios fiscal y comercial, el dólar sigue con su tendencia a la baja. En cuanto a la guerra la situación es aún peor, Irak se ha convertido en un infierno para las tropas de ocupación, la resistencia se generaliza y los países aliados al Imperio empiezan a desertar.
Durante el 2003 dos oleadas sucesivas de manipulación mediática global terminaron por estrellarse contra la realidad. La primera llegó a su punto más alto en mayo de ese año cuando Bush anunciaba la victoria completa en Irak y el fin de las grandes operaciones militares. Los medios de comunicación pronosticaban que ese triunfo armado sería pronto seguido por otros (Siria, Irán…) lo que otorgaría a Estados Unidos un poder político mundial aplastante. Que le permitiría obtener significativas ventajas en el plano económico, reactivando su aparato productivo e imponiendo condiciones irresistibles a la periferia y las otras potencias centrales. Cuando esta ilusión se esfumó pocos meses después al ritmo del avance de la resistencia iraquí, fue rápidamente remplazada por otra. Aunque la guerra no anda demasiado bien, decía la desinformación masiva, la economía ha empezado a recuperarse lo que ayudará a Estados Unidos para obtener por medios comerciales lo que tarda en conseguir por la vía militar, reforzando de paso a esta última. Pero durante los primeros meses de 2004 la segunda mentira tuvo la misma suerte que la primera.
La guerra en auxilio de la economía
La ilusión militarista se apoyaba en un mito, el de la hegemonía militar absoluta de Estados Unidos, y en una enseñanza económica obsoleta, la del keynesianismo blindado.
En el primer caso se trataba de un reduccionismo tecnológico ignorante de otras componentes esenciales de dicha hegemonía, como el estado psicológico de la población colonizada, la existencia o no de grupos sociales colaboracionistas importantes, de rivalidades internas (étnicas, religiosas, regionales) que podrían ser eventualmente exacerbadas por el ocupante para así dominar sobre una sociedad dividida (como ocurrió en el caso yugoslavo). También cuenta la capacidad imperial para remodelar de manera colonial a la economía conquistada y para desactivar o aislar los focos de resistencia. Tener armamento superior no alcanza, más aún cuando las tropas ocupantes carecen del espíritu de combate necesario para enfrentar a una resistencia extendida y heroica, muy enraizada en la población. Tampoco esa demostración de poderío militar fue capaz de arrastrar al resto de Occidente, el quiebre de la OTAN señalaba que el Imperio estaba perdiendo el liderazgo indiscutible del centro del mundo.
Las tropas de ocupación se enfrentaron a lo que suele denominarse “crisis de percepción”: lo que prometía ser una población atrasada, temerosa y fácil de corromper (como lo enseñan las historietas del viejo colonialismo europeo) emergió en poco tiempo como un complejo laberinto social urbano, indescifrable, moderno, expresando odio creciente al ocupante, técnicamente apto para enfrentar una guerra prolongada. El empantanamiento militar fue la primera consecuencia de ese hecho. Los escenarios futuros son muy negros para los conquistadores, la guerra no puede ser ganada y la perspectiva de una retirada humillante es cada día más probable.
El segundo error de evaluación fue con respecto a las consecuencias económicas de la aventura bélica. Sesudos periodistas nos indicaban que la expansión de los gastos militares produciría en Estados Unidos un gran efecto multiplicador positivo sobre el empleo y los negocios en general. Se trataba de una visión anacrónica, la revolución tecnológica de las últimas dos décadas ha anulado casi por completo a ese posible efecto, el keynesianismo militar es historia vieja. Peor aún la concentración de gastos en la industria bélica con cada vez más elevada productividad laboral, automatización y robotización.suele tener un efecto multiplicador opuesto al esperado, liquidando empleos y empresas obsoletas. Además esos gastos incrementan el déficit fiscal que ya llega a los 500 mil millones de dólares, haciendo subir la deuda pública y más adelante seguramente las tasas de interés perjudicando al consumo y la inversión.
En síntesis, la guerras de Irak y Afganistán no trajeron rápidas victorias sino empantanamientos, no trajeron reactivación económica durable sino más desajustes fiscales y comerciales.
La economía en auxilio de la guerra
Así se pasó de una intoxicación a otra. En los últimos meses de 2003, aplacadas las fantasías políticas y económicas en torno de la guerra, irrumpieron de nuevo sesudos periodistas más algunos gurús neoliberales sobrevivientes de los años 90 para explicar al planeta que aunque la “guerra contra el terrorismo” no andaba del todo bien milagrosamente la economía norteamericana se estaba recuperando velozmente luego del desinfle de la burbuja financiera y la entrada en recesión. El tercer trimestre de 2003 aparecía con un incremento del PBI nominal superior al 8 % y más del 4 % en el cuarto trimestre. Pero en los primeros meses de 2004 aparecieron serias dudas sobre la consistencia de dichos datos. Hacia marzo de este año Jan Hatzlus, el economista jefe de Goldman Sachs, uno de los principales bancos de inversión del mundo, señaló que las cifras oficiales de crecimiento del PBI norteamericano estaban infladas. Tomando como ejemplo el cuatro trimestre de 2003, la administración Bush informó un aumento del 4,1 % incompatibles según él con un crecimiento de la producción industrial de solo 1,4 % difundido por la Reserva Federal. Para Hatzlus el aumento real del PBI no pdría haber sido superior al 2,2 %. También puso en duda los datos oficiales sobre crecimiento del consumo (1).
De todos modos la manipulación estadística oficial no puede ocultar la expansión vertiginosa de la deuda pública y de los déficit fiscal y del comercio exterior, la declinación del dólar, la persistencia de altos niveles de desocupación y ocupación precaria y finalmente la emergencia de una gigantesca burbuja especulativa, bursátil e inmobiliaria, que explica la imagen de reactivación económica.
Ahora sabemos que la guerra imperial fracasó, pero también fracasó la política económica basada en la baja de las tasas de interés, en reducciones tributarios a los grandes grupos empresarios y en gastos militares. Esa combinación no provocó la expansión productiva sólida prometida por Bush sino endeudamiento, déficit y especulación financiera.
En síntesis: ni prosperidad durable ni victorias imperiales. El futuro más probable oscila entre dos escenarios negros: uno basado en la interacción explosiva de una retirada humillante de Irak y graves reveses económicos (caída libre del dólar y/o suba recesiva de las tasas de interés y/o derrumbe de la Bolsa y de los valores inmobiliarios…) y un segundo escenario menos traumático que suele ser calificado como de “decadencia honorable”, con retirada negociada de Irak y Afganistán, cesión de áreas de influencia a la Unión Europea, crecimiento económico bajo (a la japonesa), alta desocupación, etc. Más allá de quién ocupe la Casa Blanca aunque las apariencias asocian a Bush con el primer escenario y a Kerry con el segundo.
Clinton, Bush, Kerry
Esa asociación se apoya en viejos esquemas perimidos. En realidad los procesos de financierización y militarización que se impusieron en las dos últimas décadas han remodelado a la sociedad norteamericana, incluida su dirigencia política. Son procesos interrelacionados engendrados por una crisis de sobreproducción crónica que afecta desde los años 70 al capitalismo global y cuyo centro es lógicamente su primera potencia, los Estados Unidos, ahora completamente dominados por redes parasitarias y mafiosas. La concentración de ingresos que acompañó al fenómeno se aceleró bajo el gobierno de Clinton. Por ejemplo en 1991 la relación entre la remuneración media de los asalariados y la de los cuadros superiores de las empresas era de 1 a 113, la misma pasó a ser de 1 a 149 en 1999, además al final de la era Clinton los salarios medios eran un 10 % inferiores a los de fines de los años 60 pese a que la productividad había aumentado un 50 % (2). El proceso dió un nuevo salto con Bush que realizó enormes transferencias de ingresos a la élite económica a través de exenciones fiscales y gastos militares.
La primera hiper burbuja financiera nació y murió en la segunda parte de la era Clinton. Bush intentó reanimar la economía a través de una segunda hiper burbuja, todavía en desarrollo pero sin mucha vida por delante.
La primera guerra de Irak se desató bajo la presidencia de Bush padre, siguió luego con un largo período de bombardeos en la época de Clinton y culminó con la invasión bajo Bush hijo. Fue durante la presidencia de Clinton que se desarrolló la escalada de agresiones contra Yugoslavia hasta llegar a la guerra de Kosovo. El militarismo imperial se expandió bajo gobiernos repúblicanos y demócratas.
Las mafias que combinan negocios financieros, militares, abiertamente ilegales (drogas, mega estafas, etc.) son hoy el corazón del sistema de poder en Estados Unidos. No constituyen una accidente nefasto-y-corregible sino el resultado de una profunda decadencia, irreversible en el marco del capitalismo global en cuyo seno no aparece ningún contrapoder regenerador, ninguna potencia de reemplazo (3).
Respecto a temas centrales de la sociedad norteamericana como el de la financierización, la concentración de ingresos o la influencia del complejo industrial-militar, solo existen tenues matices entre Bush y Kerry.
Centro y Periferia
El militarismo imperial y la degeneración financiera tienen una larga historia común y es muy probable que su caída forme parte de una misma tragedia. La tentativa de control militar de la periferia aparecía como una sucesión de operaciones fáciles dada la abrumadora supremacía del armamento norteamericano, pero tenía en su retaguardia a una economia declinante y a una población moralmente degradada. Por otra parte la periferia actual no es la de los siglos XVIII y XIX, ha constituido estados nacionales, clases sociales modernas, sufrió en las últimas décadas múltiples frustraciones en sus procesos de descolonización, de revoluciones nacionalistas y socialistas, en sus proyectos de industrialización, pero presenta identidades culturales contradictorias en plena expansión que no pueden ser manipuladas tan fácilmente como lo supone la elite norteamericana. En ese sentido el caso iraquí es ejemplar. La euforia aparatista de los jefes del Imperio chocó con la dura realidad.
La periferia se encuentra ahora sumergida en los comienzos de lo que muy probablemente será una era de decadencia de la dominación occidental, es decir del centro del mundo capitalista. Esta situación tiene ciertas similitudes con la existente a comienzos del siglo XX cuando alrededor de 1914-1918 estalló la primera gran crisis del capitalismo financierizado. Entonces se abrió en la periferia un largo y complejo período histórico de revoluciones y contrarrevoluciones, de tentativas socialistas y de revoluciones y reformas burguesas de signo nacionalista. La arremetida neoliberal de las dos últimas décadas pretendía disciplinar para siempre al mundo subdesarrollado, privatizando-desnacionalizando sus principales estructuras, sometiéndolo a un saqueo descomunal. Aunque ese auge (al igual que el auge fascista de los años 20 y 30 del siglo pasado) escondía la podredumbre civilizacional de los conquistadores. El Imperio empieza a hundirse en la ciénaga construida por su sistema de poder, la sobreacumulación de capitales, de habilidad especulativa, de maquinaria militar y de soberbia conforman un salvavidas de plomo al que se aferran cada vez más. En consecuencia la periferia vuelve a ponerse en movimiento, desde Irak hasta Bolivia, desde la resistencia armada al ocupante en Bagdad o en las montañas de Afganistán hasta las movilizaciones de los Sin Tierra de Brasil o de los piqueteros argentinos.
(Texto publicado en “Enfoques Alternativos”, número 23, mayo 2004, Buenos Aires.)
Notas:
(1) Raúl Pozo, “Más sombras sobre el crecimiento de EE.UU”, América Económica 28 de marzo de 2004, http://www.americaeconomica.com.
(2) Alexander Cockburn, “Clintontime: Was It Really a Golden Age?”, Counter Punch, November 14 / 23, 2003, http://www.counterpunch.org.
(3)Japón luego de más de una década de estancamiento sigue sin poder recuperarse de su desinfle financiero y la Unión Europea acumula desocupados y déficit fiscales, su motor alemán reduce tendencialmente su tasa de crecimiento.