Estrategia de anexión y crisis :: En su etapa inicial el proyecto ALCA aparecía como un producto de la euforia imperial que atrapó a los Estados Unidos en los años 90. En esa época de optimismo imperialista, que aparece ahora tan lejana, luego de la caída del bloque soviético, Occidente fue atravesado por el convencimiento de que su dominación planetaria quedaría establecida de manera durable.
En América Latina el neoliberalismo consiguió imponer su hegemonía ideológica legitimadora de un proceso de desestructuración económica y social de enormes proporciones. En casi todos los países de la región las burguesías nacionales se redujeron a niveles ínfimos y buena parte de sus integrantes pudieron sobrevivir incorporándose a las redes mafiosas, a los negocios especulativos y gangsteriles, su reconversión en lumpenburguesías formó parte, fue la expresión periférica de la marea financiera y parasitaria global. Frente a dicha degradación regional aparecía la superpotencia norteamericana, cuya prosperidad era presentada como infinita, de muy larga duración según los pronósticos de los gurús mediáticos y los tecnócratas del FMI y del Banco Mundial.
El proyecto ALCA era presentado como una imposición imperial (¿quienes eran los insensatos que se atrevían a oponerse al dictado del amo del mundo, a las “tendencias imparables de la historia”?) y también como una invitación a integrar el nuevo paraíso de la globalización capitalista (¿quienes eran los tontos que resistían la “avalancha del progreso”?).
Sin embargo como sabemos la euforia occidental era pura espuma financiera, ahora hemos ingresado en la recesión global, Estados Unidos ve peligrar sus sistemas de control y explotación a escala mundial. En este nuevo contexto el proyecto ALCA aparece como un mecanismo de dominación inscripto en una suerte de carrera- contra-reloj, “defensivo” del Imperio que busca asegurar su retaguardia estratégica latinoamericana, anexarla cuanto antes frente a las crecientes turbulencias económicas y políticas que atraviesan la región, producto del agotamiento de los modelos neoliberales, inscripto en un fenómeno mas general de declinación del capitalismo latinoamericano, tal como la historia lo fue modelando, de manera subdesarrollada, caótica.
Esto confiere una gran radicalidad, profundidad a la crisis regional, ante la mirada inquieta del Imperio emergen fantasmas que creía aniquilados para siempre, peligros de nacimientos y consolidaciones de gobiernos autónomos, de irrupciones populares, de despliegues de rebeldía de las masas sumergidas que la dinámica desestructuradora del capitalismo ha fabricado. En ese sentido el ALCA y el Plan Colombia forman parte de una misma estrategia de control directo económico, político y militar, mas allá, por encima de los restos decadentes de la burguesías y burocracias locales. Ha cambiado la época, ya no se trata de la extensión “natural” del imperialismo triunfante sino del manotazo de un Imperio cuya periferia amenaza salir del sistema.
Fragilidad imperial
Los sucesos del 11 de septiembre de 2001 tienden a ser visualizados como el disparador de la recesión mundial con centro en la declinación de la economía norteamericana. El acontecimiento expresa sin duda de manera concentrada, puntual, una amplia variedad de aspectos (políticos, institucionales, militares, económicos, sociales y culturales) de un fenómeno mas amplio, complejo, único de crisis.
Los mercados especulativos recibieron un golpe demoledor en la semana posterior a los atentados al reabrirse la bolsa en Wall Street, las caídas en los precios de las acciones provocaron una catastrófica desvalorización de las mismas deprimiendo tanto a las inversiones como al consumo. Ese solo hecho alcanzaría para afirmar que lo ocurrido ese día constituyó un revés decisivo para Estados Unidos. Pero a ello debemos agregar un acontecimiento aun mas grave, los atentados demostraron la extrema vulnerabilidad de la superpotencia y marcaron el fin de su impunidad territorial. Durante el siglo XX participó en dos guerras mundiales, arrojó dos bombas atómicas contra Japón, realizó una guerra de exterminio en Vietnam (causándole mas de 3 millones de muertos) y numerosas incursiones militares en todos los continentes sin que nunca su territorio haya sufrido ni la menor consecuencia. Eso terminó el 11 de Septiembre. Ahora todos sabemos que la sociedad mas rica del planeta dispone de numerosos y variados puntos frágiles que pueden ser el blanco fácil de ataques enemigos incluso de pequeños grupos decididos a golpear al Imperio cuyo sistema de armas, extremadamente grande, caro y sofisticado no sirve para impedir esas agresiones. No se trata de un contratiempo táctico producto de errores de cálculo sino de un verdadero desastre civilizacional que pone al descubierto que al ganar Occidente la “guerra fría” y proclamar su hegemonía planetaria total ingresaba en una etapa de fragilización creciente, de impotencia estratégica que ahora lo sumerge en una inestabilidad muy difícil de superar.
En primer lugar, su población está tomando conciencia que no habita mas en un lugar protegido impermeable a las calamidades bélicas que atraviesan el planeta. Ha sido demolido un mito esencial de la cultura norteamericana cuyas consecuencias sociales serán sumamente negativas en términos de cohesión, confianza en el sistema, previsibilidad de los proyectos individuales y grupales. No existe más la retaguardia segura, el hogar común protector, pacífico, cualitativamente diferente del resto del mundo cuyas tragedias podían ser observadas desde un televisor y eliminadas de la vista con un solo click. La sensación de desamparo y su impacto negativo sobre el conjunto de actividades de la población, por ejemplo económicas, no podrá ser corregido bajando las tasas de interés o estableciendo algunos incentivos fiscales.
Segundo, su despliegue tecnológico-militar vidriera legitimadora de la gigantesca industria de guerra (pilar del capitalismo norteamericano) ha demostrado su inutilidad ante las nuevas amenazas. Estas últimas ya no aparecen más como grandes maquinarias bélicas (”inaccesibles” para la gente común) sino como objetos simples en ciertos casos cotidianos (por ejemplo los aviones civiles de pasajeros o las avionetas para uso deportivo u agrícola) y en otros invisibles pero manipulables por pequeños círculos o individuos decididos (es el caso del bioterrorismo y su manifestación actual, la difusión de Antrax). La historia enseña que la reproducción imperialista es indisociable de su superioridad militar aplastante, cuando la misma es puesta en duda o abiertamente burlada, peligra la supervivencia del Imperio.
El gobierno de Bush respondió de manera inmediata, previsible y simple a través de una demostración de fuerza y luego de un rápido y seguramente desprolijo descarte de enemigos posibles eligió a la red de Bin Laden y a Afganistán. Aparentemente eran objetivos fáciles que además le permitirían intervenir en Asia central una región muy importante a largo plazo por sus recursos energéticos y su proximidad con China, el gran rival del futuro. Pero al tomar esa decisión, una suerte de “más de lo mismo”, de “fuga hacia adelante”, combinación de brutalidad colonial-militar y maniobra geopolítica, no soluciona ninguno de los problemas que la actual crisis plantea. No restaura su invulnerabilidad territorial ni su prosperidad económica cuya desaparición marca la nueva era que se ha iniciado.
Desaceleración, euforia, crisis
La economía global había sido prospera en el pasado reciente pero los signos de su deterioro no comenzaron en Septiembre de 2001 ni en Julio de 1997 (en Asia del Este) sino mucho antes a comienzos de los años 70 cuando se desplegó una crisis general de sobreproducción que se expresó en turbulencias monetarias, de precios de materias primas (shock petrolero), etc., instalando lo que se conoció como “estanflación” (combinación de inflación y estancamiento productivo), haciendo caer la producción y el empleo en los países desarrollados. A partir de entonces la tasa de crecimiento del conjunto de las economías centrales, en torno del actual Grupo de los 7, mostró una clara tendencia decreciente en el largo plazo empujando hacia una orientación similar a la economía mundial. Dicha desaceleración engendró excedentes financieros en permanente expansión inubicables en el circuito de la economía real que inflaron deudas públicas en el centro y en la periferia, multiplicaron e hipertrofiaron los negocios especulativos y mafiosos hasta conformar desde mediados de los años 80 una gigantesca marea incontrolable, alimento e instrumento de una red parasitaria hegemónica.
La crisis de sobreproducción no fue superada sino frenada, provisoriamente atenuada, la guerra tecnológica interempresaria y la concentración de riquezas impulsaron la hipertrofia financiera y fueron exacerbadas por ella, la brecha entre la oferta potencial y demanda solvente a escala global se fue acentuando inexorablemente.
Los años 90 presentaron la extraña paradoja del “discurso único” neoliberal, triunfalista, que insistía en afirmar la victoria definitiva del capitalismo en el mismo momento en que se sucedían las crisis tanto en el centro como en la periferia apuntando hacia desordenes cada vez más grandes y profundos.
La euforia ideológica de la burguesía parasitaria constituyó un todopoderoso bloqueo a la racionalidad en primer lugar de las propias elites dominantes que marcharon “exitosas”, arrolladoras hacia la ruina integral de su sistema.
La década comenzó con el estallido de la burbuja financiera en Japón, engendrado desde mediados de los años 80 cuando aparecían en esa economía claros signos de pérdida de dinamismo, cuando su empuje exportador comenzaba a decaer. Como ahora sabemos Japón, la segunda economía del mundo, nunca pudo absorber esa crisis, quedo estancando hasta hoy en que se sumerge en la depresión.
Llegó después la crisis mexicana (fines de 1994), mas adelante la crisis de Asia del Este (1997), Rusia (1998) y Brasil (1999). Todas ellas estuvieron atravesadas por violentas turbulencias especulativas, irresistibles, que dejaban en el camino a extendidas zonas subdesarrolladas sin capacidad de recuperación duradera, seriamente desestructuradas. La degradación general de los países pobres resultado de la concentración mundial de riquezas y de la depredación productiva a que los mismos fueron sometidos, principalmente por medio de las redes financieras, constituyó el capítulo periférico de la decadencia mundial del capitalismo.
Pero los Estados Unidos y la Unión Europea parecían escapar a ese destino macabro.
Estados Unidos pudo durante los años 90 (y aun después de la crisis asiática de 1997) mantener altos ritmos de crecimiento del PBI y bajos niveles de desocupación gracias a una euforia consumista basada en la especulación financiera que redujo a cero los ahorros personales y sobredimensionó las deudas de la mayor parte de la población al mismo tiempo que el déficit comercial crecía cada vez más.
La Unión Europea beneficiaria directa del pillaje del ex campo socialista del este y de las exportaciones e inversiones hacia Norteamérica pudo gozar también de esa efímera fiesta.
Pero la euforia euro-americana no podía durar mucho, sus fuentes periféricas se agotaban y las pirámides especulativas tocaban techo, hacia fines de los años 90 el final aparecía próximo. En previsión de ese horizonte las autoridades monetarias de las naciones ricas (por ejemplo la Reserva Federal de Estados Unidos) comenzaban a hablar de un inevitable “aterrizaje suave”, de una suerte de etapa de descanso antes de la siguiente expansión. En realidad intentaban tomar medidas tendientes a desinflar ordenadamente la bomba financiera antes de que sea demasiado tarde y se produzca el derrumbe (por ejemplo subían en cuentagotas las tasas de interés esperando así calmar el delirio bursátil).
El fin de la fiesta financiera
A lo largo del año 2000 aparecieron los primeros síntomas de enfriamiento que se fueron confirmando y ampliando en los primeros meses del 2001. Los principales índices bursátiles detuvieron su marcha ascendente, el Dow Jones se estancó y el fabuloso Nasdaq empezó a declinar desinflándose así el mito de la “nueva economía” basada en la revolución tecnológica supuestamente infinita del capitalismo. También empezaron a declinar la producción y los beneficios industriales y a aumentar la capacidad productiva ociosa de la industria (síntoma claro del ritmo insuficiente de incremento del consumo como lo indicaba la desaceleración de las ventas minoristas). La desocupación cuyo bajo nivel constituía uno de los pilares decisivos de la propaganda neoliberal empezó a subir desde fines del 2000.
Todo ello ocurrió mucho antes de los hechos del 11 de septiembre de 2001 que no hicieron otra cosa que afirmar la tendencia declinante de la economía norteamericana.
Hacia una recesión prolongada
Estados Unidos marcha ahora hacia la recesión que muy probablemente se instalará para quedarse durante mucho tiempo.
La superpotencia no puede apoyarse en la Unión Europea y en Japón que declinan igualmente ni en la periferia endeudada y desestructurada. Queda en pié China que probablemente aprovechará la decadencia del capitalismo desarrollado para afirmar poder.
El sobreendeudamiento de los consumidores norteamericanos y su inseguridad marcada por los hechos del 11 de septiembre enfriarán todavía más la demanda. La contracción de las importaciones de Estados Unidos está operando como un megafactor recesivo global cuyo efecto multiplicador negativo será muy alto.
Si miramos hacia los años 90 podremos observar que la acumulación-corrupción financiera y los desórdenes productivos en el centro y en la periferia (que se acentuarán con la crisis) pesarán en el largo plazo, no constituyen desajustes coyunturales sino componentes estructurales decisivas del capitalismo mundial.
Si ampliamos la observación hacia las tres ultimas décadas será posible percibir que la desaceleración económica global siguió su marcha de manera inexorable hasta acercarse a comienzos de este decenio al “crecimiento-cero”.
Pero si extendemos nuestra evaluación al último siglo podremos constatar que desde su nacimiento, la dominación del sistema financiero sobre el conjunto del capitalismo descripto por Lenin y Bujarin como fenómeno parasitario, degenerado, evolucionó atravesando catástrofes, depresiones y expansiones hasta llegar al último cuarto del siglo XX en que frenó de manera durable el crecimiento económico apuntando hacia el estancamiento. Todo ese proceso de decadencia de la civilización burguesa ha estado signado por el encumbramiento del parasitismo financiero que finalmente devino hegemónico, atrapando a la totalidad de la economía de mercado, convirtiéndose en la cabeza de su cultura. En los comienzos del siglo XXI capitalismo, parasitismo y decadencia son exactamente lo mismo.
La civilización burguesa, occidental, con centro en Estados Unidos, imperialista desde su origen, luego de un recorrido milenario desde las cruzadas hasta las guerras de la OTAN contra Irak y Yugoslavia(1) probablemente ha llegado hoy como otras civilizaciones en el pasado a su período de decadencia porque precisamente el cáncer parasitario se ha apoderado completamente de ella.
La oportunidad de América Latina
En la segunda mitad de los años 70 (la época de los “petrodólares”) se volcó hacia América Latina un enorme flujo de préstamos originados en excedentes de capitales que no podía ser invertidos en la economías industrializadas en recesión, la deuda regional pasó de 80 mil millones de dólares en 1975 a cerca de 370 mil millones en 1982 cuando estalló la crisis en México. El estancamiento económico posterior no impidió que la tendencia continuara, según el Banco Mundial en 1990 el endeudamiento llegaba a los 435 mil millones, aunque el ritmo de aumento se había moderado el nivel alcanzado fue lo suficientemente alto como para obligar a muchos países a rematar sus empresas públicas, capítulo decisivo de la desnacionalización de sus economías que pasaron a ser controladas por un círculo restringido de grupos financieros transnacionales. Pero tampoco ese paso detuvo la carrera (en realidad le dio un nuevo impulso), a fines de 1998 la deuda latinoamericana llegaba a los 736 mil millones y a comienzos del año 2000 superaba los 750 mil millones de dólares. Esa cifra colosal pasó a constituir un bloqueo decisivo a las inversiones productivas, deprimiendo los mercados internos, imponiendo un estancamiento prolongado que en ciertos casos devino recesión e incluso depresión (por ejemplo en Argentina) porque una parte sustancial y creciente de los ingresos de sus habitantes es destinada al pago de los préstamos.
En los 70s el endeudamiento fue alentado por la posibilidad de utilizar fondos internacionales disponibles para implementar grandes proyectos de desarrollo, todo concluyó en un hiperendeudamiento que precipitó una liquidación masiva de patrimonios públicos. La fantasía de los 90s fue la sobreabundancia de capitales dispuestos a volcarse en las economías emergentes, inscripta en la marcha triunfal de la globalización que los neoliberales describían como el ingreso a una era de prosperidad universal indefinida. Pero las sociedades latinoamericanas que venían de sufrir graves deterioros en los 80s se degradaron aun más, sus mercados internos declinaron víctimas de la concentración de ingresos y de la exclusión social, los programas de reformas liberales aplicados en casi todos los países se apoyaron en privatizaciones y aperturas comerciales que destruyeron los tejidos productivos y eternizaron los déficits fiscales transformando a esas economías en sistemas de importación y endeudamiento.
Ahora en 2001 la recesión que se inicia en Estados Unidos deprimirá mas todavía a la región … en la medida en que siga atada a la trama financiera global y a los intereses políticos, económicos y militares del amo imperial.
El proyecto ALCA, de concretarse significaría no la entrada libre y ascendente de mercancías latinoamericanas en el mercado norteamericano deprimido, donde la deflación avanza al ritmo del estancamiento y luego caída del consumo sino por el contrario una nueva avalancha de productos provenientes de Estados Unidos que arrasarán lo poco que todavía queda en pié de los tejidos productivos regionales. La miseria latinoamericana contribuirá a paliar la crisis imperialista.
Pero dicha crisis abre la posibilidad que los oprimidos aflojen o rompan sus ataduras coloniales, el tema es eminentemente político. Suspender los pagos de las deudas externas, renacionalizar empresas, redistribuir ingresos en favor de los sectores empobrecidos, reconstruir barreras proteccionistas, desarrollar procesos de integración regional son evidentemente decisiones económicas pero las mismas presuponen la constitución de poderes políticos, de gobiernos, de aparatos estatales capaces de implementarlas. A su vez esta capacidad solo puede ser forjada sobre la base de la participación activa de las grandes mayorías, de las bases sociales sumergidas.
(1) Y las tentativas actuales de Estados Unidos por instaurar una suerte de terrorismo policial global.