La hipótesis de que Argentina se encuentra actualmente sumergida en un proceso de tipo contrarrevolucionario puede parecer exagerada.
No tendría sentido hablar de contrarrevolución cuando no había en 2015 ninguna amenaza revolucionaria sino una experiencia que desde el punto de vista económico podría ser caracterizada como keynesianismo light extremadamente sensible a las presiones del establishment y asociada a un paquete político-cultural igualmente moderado que aunque entre otros temas reivindicaba a la militancia revolucionaria de los años 1960 y 1970 lo hacía borrando su programa y sus formas de lucha, reduciéndola a la imagen herbívora de una generación “idealista” que “quería cambiar el mundo”. Eso y un poco más (sobre todo una gradual transferencia de ingresos hacia las clases bajas) bastaron a las élites dominantes para alzar la bandera del combate contra el “populismo” y arrastrar a grandes sectores de la capas medias.