De Libia a Venezuela pasando por Siria y México, Ucrania, Afganistan o Irak… en lo que va de la década actual hemos presenciado el despliegue planetario permanente de la violencia directa o indirecta (tercerizada) de los Estados Unidos y sus socios-vasallos de la OTAN, toda la periferia se ha convertido en su mega objetivo militar. La ola agresiva no se aquieta, en algunos casos se combina con presiones y negociaciones pero la experiencia nos indica que el Imperio no agrede para posicionarse mejor en futuras negociaciones sino que negocia, presiona con el fin de lograr mejores condiciones para la agresión.
Estas intervenciones cuando son exitosas como en Libia o Irak no concluyen con la instauración de regímenes coloniales pacificados, controlados por estructuras estables, como ocurría en las viejas conquistas periféricas de Occidente, sino con espacios caóticos atravesados por guerras internas. Se trata de la emergencia inducida de sociedades-en-disolución, de la configuración de desastres sociales como forma concreta de sometimiento lo que plantea la duda acerca de si nos encontramos ante una diabólica planificación racional que pretende gobernar el caos, sumergir a las poblaciones en una suerte de indefensión absoluta convirtiéndolas en no-sociedades para así saquear sus recursos naturales y/o anular enemigos o competidores… o bien se trata de un resultado no necesariamente buscado por los agresores, expresión de su fracaso como amos coloniales, de su alta capacidad destructiva asociada a su incapacidad para instaurar un orden colonial (incapacidad derivada de su decadencia económica, cultural, institucional, militar). Probablemente nos encontremos ante la combinación de ambas situaciones.