Se nos explicaba que las innovaciones tecnológicas generaban ingresos que incitaban a innovar más lo que a su vez expandía la riqueza, etc. Todo ello expresado en una euforia bursártil sin precedentes (nadie recordaba lo ocurrido en 1929). Clinton ocupaba la Casa Blanca y regalaba simpatía, el caso Lewinsky agregaba una nota de alegría suplementaria a la fiesta de los mercados.
Sin embargo algunos hechos disonantes perturbaban la armonía, en primer lugar el contraste entre el auge consumista y la casi desaparición del ahorro personal. Los ciudadanos del Imperio gastaban todos sus ingresos y contraían deudas porque de manera directa o a través de fondos de inversión o pensión ganaban mucho dinero especulando en la Bolsa. Las empresas, en especial las llamadas tecnológicas veían como día tras día se valorizaban sus acciones lo que les permitía (sobre)invertir y (sobre)endeudarse. Todo eso hacía subir las cotizaciones bursátiles sin mayor vinculación con la rentabilidad real de las firmas.
La burbuja se desinfló en el año 2000, Clinton le dejó su puesto a Bush y se instaló la recesión, además llegó el 11 de septiembre de 2001 marcando el despegue de una era militarista.
No han faltado observadores, en especial del campo progresista, para señalar el antagonismo entre un Bush arbitrario e imperial y un Clinton multilateral, negociador, apegado al juego de las instituciones. Sin embargo Clinton impulsó una descomunal concentración de ingresos, desató la guerra en el corazón de Europa (Yugoslavia) e intensifico el bloqueo y los bombardeos contra Irak que prepararon la invasión posterior. Todo su andamiaje económico se apoyó en la hipertrofia financiera acelerando el ascenso de las mafias que ahora gobiernan a cara descubierta. En realidad el fascismo crispado de Bush, sus delirios imperialistas y la corrupción que lo rodea heredan, exacerban tendencias dominantes durante los años 90. La mutación parasitaria del capitalismo norteamericano y sus consecuencias sociales, políticas y militares se gestó durante mucho tiempo, con la complicidad de demócratas y republicanos, hunde sus raíces en la financierización del capitalismo mundial.
Motores de la crisis
Estados Unidos salió de la recesión hacia fines del 2001 inflando una segunda burbuja financiera, cuya base no fue esta vez la especulación bursátil sino el negocio inmobiliario. Se produjo una nueva concentración de ingresos impulsada por las reducciones fiscales a los ricos, los gastos militares y otras transferencias de recursos públicos a camarillas económicas asociadas al gobierno, entre estas las multinacionales petroleras que orquestaron la invasión a Irak. Dicha reactivación amplió los viejos desequilibrios, generó nuevos y rehabilitó otros que dormían durante la era Clinton. El resultado ha sido una avalancha de problemas que desbordan la capacidad de control del sistema empujándolo la crisis.
El indicador negativo mas visible es el fracaso de la invasión a Irak que asume un doble aspecto. Por una parte constituye un duro golpe para la estrategia estadounidense de control de los recursos petroleros mundiales; la aventura iraquí y la ocupación de Afganistan fueron pensadas por el equipo Bush como implantaciones iniciales que serían luego seguidas por la invasión de Irán y la colonización de las ex repúblicas soviéticas de Asia Central, presionando sobre Rusia y China hasta someterlas completamente. El esquema se empantanó y la posible retirada (derrota) de los invasores de Irak muy probablemente desatará una escalada de movimientos antinorteamericanos desde Medio Oriente pasando por Pakistan y llegando a Filipinas e Indonesia. Los pueblos islámicos (más de 1300 millones de personas) serán la base humana de esas transformaciones.
El otro aspecto, mucho más grave aún, es que el fiasco en Irak desnuda la impotencia del sistema militar estadounidense para ganar rápidamente una guerra colonial contra un país de solo 25 millones de habitantes destruido por una sucesión de guerras (la guerra Irak-Iran, la primera guerra del Golfo, la década larga de bombardeos anglo-norteamericanos). Fracaso del aparato de inteligencia sobrecargado de sofisticación y dólares pero incapaz de procesar eficazmente información, consecuencia del embrutecimiento intelectual de recursos humanos provenientes de una sociedad decadente. Débil moral de combate de tropas regulares y mercenarios (los famosos “contratistas”) que despilfarran armamento y masacran población civil indefensa. Fanfarronería tecnológica acompañada por una logística desmesurada, paralizante, resultado de la carencia de apoyos locales significativos. Se repite así la historia de las declinaciones de imperios y civilizaciones del pasado.
Otro factor de crisis es la acumulación explosiva de desequilibrios. El déficit del comercio exterior viene creciendo desde hace más de una década pero ahora llega a niveles insostenibles (más de 500 mil millones en 2003 seguramente superados este año) debido a un tejido industrial cada día menos competitivo corroído por la dinámica financiera. El déficit fiscal superó este año los 400 mil millones de dólares afectado por el aumento de los gastos militares y las reducciones tributarias a los ricos. Cuyo resultado es una deuda pública que supera los 7,4 billones de dólares, el 67 % del PBI, unos 25 mil dólares por habitante, desde hace 12 meses su ritmo de aumento diario es del orden de los 1700 millones de dólares (1).
La segunda burbuja
Detrás de la expansión de los desequilibrios se encuentra la prosperidad efímera generada por la segunda burbuja financiera centrada en la especulación inmobiliaria. La baja de las tasas de interés hasta llegar al 1% y la multiplicación de incentivos públicos impulsaron una avalancha de prestamos hipotecarios sobre viviendas: los precios de casas y departamentos se fueron a las nubes. Durante la burbuja anterior el aumento de las acciones infló artificialmente la riqueza de las familias (hasta que se pinchó el globo) ahora el alza de los valores inmobiliarios tiene un efecto similar engendrando una ola consumista basada en deudas. Aunque buena parte de estos créditos fueron negociados a tasas ajustables y con deudores con limitada capacidad de pago, lo que hace suponer que la inevitable suba de tasas de interés en el próximo año colocará en situación de insolvencia a una masa considerable de deudores hipotecarios, desatando una cadena de impagos que golpeará al sistema financiero (2), derrumbando los valores inmobiliarios.
La crisis energética
A ello se agrega la crisis energética. A mediados de 2001 la administración Bush publicó su Plan Nacional de Energía, en ese momento Estados Unidos importaba el 53 % del petróleo que consumía y el Plan pronosticaba que para el 2020 esa cifra ascendería al 65%, pero en los primeros nueve meses del 2004 la importación llegó al 65,5 % y casi seguramente en el 2005 alcanzará el 70 % (3). La producción petrolera de Estados Unidos viene cayendo desde comienzos de los años 70 pero fue a mediados de los 1980 cuando la tendencia se aceleró; entre 1986 y 2004 la extracción cayó cerca de un 40 %. Uno de cada cuatro barriles de petróleo vendidos en el mercado internacional es ahora comprado por Estados Unidos que representa solo el 9 % de la producción mundial de petróleo, aunque consume el 25 % de la misma (4). Se trata de un consumidor voraz de los recursos petroleros globales cuya explotación se va acercando al techo a lo que seguirá pronto una trayectoria descendente (5). Ello hace subir los precios del petróleo agravando el déficit comercial norteamericano.
Como señalan los expertos: se acabó el petróleo barato. Pero la culpa no es solo de Estados Unidos sino del conjunto de países superdesarrollados. La Unión Europea (primera importadora mundial) importa el 80 % del petróleo que consume y Japón compra al exterior casi el 100 % de su consumo. Si sumamos a las tres potencias tendremos el 12% de la producción mundial pero el 50 % del consumo y el 62 % de las importaciones internacionales.
Ahora esos países serán seriamente afectados por la carrera de precios petroleros;, subirán sus costos productivos, caerán las ganancias y la inversiones de sus empresas, se desacelerarán o declinarán sus mercados internos, crecerá el desempleo. Y no podrán revertir la situación porque sus estructuras industriales tienen a mediano plazo rigideces tecnológicas insuperables. Los ahorros de energía y la utilización de fuentes alternativas avanzarán pero relativamente poco porque la magnitud de su costo (si pensamos en un reemplazo a gran escala) y el tiempo necesario para dichos cambios son incompatibles con la reproducción concreta de las áreas dominantes del capitalismo mundial hegemonizadas por el cortoplacismo financiero.
La crisis energética no obedece a un desajuste tecnológico corregible, una vez más resulta útil recordar otras decadencias de civilizaciones empujadas hacia abajo por el agotamiento (la superexplotación) de sus recursos naturales, atribuible a su incapacidad práctica, civilizacional, para producir de otra manera, es decir con otras técnicas que permitan suavizar el consumo de esos recursos y/o utilizar otros. Un sistema técnico hegemónico es el resultado productivo de relaciones sociales en un período histórico determinado, dispone de una espacio de maniobra acotado por barreras culturales, intereses económicos, políticos, etc.
¿ Quien empuja a quien ?
Aparentemente Estados Unidos empuja hacia el pantano al conjunto de áreas dominantes del mundo, aunque si profundizamos la reflexión podríamos ver ese proceso de otra manera. La deuda externa total de Norteamérica (la pública más la privada) ronda los 4 billones de dólares, sus principales acreedores son japoneses, chinos y europeos. Estos últimos aceptan dólares y compran bonos del Tesoro estadounidense ayudando así a la superpotencia a cubrir su déficit fiscal y a comprar bienes y servicios al resto del mundo (potenciando su déficit de comercio exterior).También adquieren en la Bolsa acciones de las empresas de Estados Unidos y propiedades en dicho país alentando las especulaciones bursátil e inmobiliaria. ¿ Porque lo hacen ?. Porque necesitan sostener al primer cliente del planeta, si este se hunde se hundirán las exportaciones y las colocaciones de excedentes financieros de dichos países . Japón viene amortiguando desde hace tres lustros una crisis de sobreproducción que no ha podido superar, le sobran mercancías y fondos que sin el mercado norteamericano serían inubicables, no existe en el mundo un comprador de la talla de la superpotencia. La situación de Alemania es parecida, el repliegue estadounidense golpearía al mercado global y en consecuencia a las exportaciones alemanas sin cuya dinámica ese país habría entrado en recesión hace mucho tiempo. Los chinos también alimentan al supercliente, sin sus compras de productos industriales y su absorción de excedentes financieros el modelo de mercado, tal como hoy existe en China, y la elite beneficiaria del mismo entrarían en crisis. Este razonamiento lo podríamos trasladar a otros países de Asia del este.
De todos modos de seguir así esta relación perversa donde los norteamericanos acumulan déficit y deudas mientras los otros acumulan una enorme montaña de papeles destinados a desvalorizarse y donde todos juntos depredan velozmente los recursos petroleros (pilar decisivo de la economía global); la civilización burguesa entrará pronto en una seguidilla de turbulencias y depresiones imposibles de controlar.
Por consiguiente la culpa es compartida, la mundialización del capitalismo coloca a todas las clases dominantes de las potencias en el mismo barco, que también dispone de camarotes de segunda y tercera clase para las burguesías periféricas, atrapadas por la telaraña financiera. Ninguna de ellas puede tomar distancia del desastre, la que sale del juego cae aunque si persiste caerá tarde o temprano arrastrada por la futura depresión global. Esto significa que no existe espacio histórico para potencias de reemplazo del Imperio en decadencia, tampoco lo hay para la autonomización durable de los capitalismos subdesarrollados.
Notas
(1) U.S. National Debt Clock, (www.brillig.com/debt_clock)
(2) William Engdahl; “Estados Unidos:¿hacia una recesión en 2005?”, Enfoques Alternativos, número 26, septiembre 3004.
(3) Fernando L. DAlesandro, “Petróleo:¿punto final?”, La Insignia, septiembre 2004 (www.lainsignia.org).
(4) Agencia Internacional de Energía (www.iea.org) y U.S. Energy Information Administration (www.eia.doe.gov).
(5) Ver el artículo “¿Hacia una crisis energética global?” en “Enfoques Alternativos” n° 27, Buenos Aires, Octubre 2004.
JorgeBeinstein@yahoo.com
(con pedido de publicación en La Haine)