[Video] Análisis de la Carta de Marx a Ruge

25.May.12    Análisis
   

PROGRAMA 123: con Jorge Beinstein


Estudiamos esta carta de Karl Marx a Arnold Ruge (mayo 1843) con Jorge Beinstein.

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Carta de Marx a Arnold Ruge

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“Es cierto que el viejo mundo pertenece a los filisteos. Pero no por eso tenemos que tratarlo como un viejo espantapájaros ante el cual se huye atemorizado. Por el contrario, tenemos que mirarle fijamente a los ojos. Merece la pena estudiar este dueño del mundo.

Indudablemente es señor del mundo sólo en cuanto lo puebla con su sociedad, al modo de los gusanos de un cadáver. Por lo tanto, la sociedad de estos señores necesita sólo de un conjunto de esclavos, y los propietarios de esclavos no tienen ninguna necesidad de ser libres. Aunque, por poseer tierras y personas se les llama señores, sobre todo en sentido etimológico, no por eso son menos filisteos que su gente.

Hombres, es decir, individuos de genio, republicanos libres. Pero, en su mezquindad, rehusan una y otra cualidad. ¿Qué les queda por ser o querer?

Lo que quieren, vivir y multiplicarse (más allá, dice Goethe, no va nadie), también lo quieren los animales; todo lo más, podría añadir un politicastro alemán que el hombre es consciente de quererlo y que los alemanes son tan juiciosos que no quieren nada más.

Lo primero que habría que encender en el pecho de estos individuos es la consciencia del hombre, de la libertad. Sólo este sentimiento, desaparecido del mundo con los griegos y sublimado por el cristianismo en el aéreo azul del cielo, puede volver a hacer de la sociedad una comunidad de hombres con el más alto de los fines: un Estado democrático. Por el contrário, los hombres que no se sienten tales, se multiplican para su señor, como una cría de esclavos a la manera de caballos. Los señores hereditarios constituyen el punto focal de toda la sociedad. A ellos les pertenece este mundo. Y lo toman como es y como cree ser. Se toman a sí mismos por cabeza, y se colocan donde crecieron sus pies, sobre los hombros de estos animales políticos que no tienen más vocación que la de ser «sometidos, agradecidos amantes y devotos».

Un mundo de filisteos es un mundo político de animales, y si tuviésemos que reconocer su exsitencia, no nos quedaría más que remitirnos sencillamente al status quo. Así generado y plasmado el mundo por siglos de barbarie, se nos presenta ahora como un sistema coherente, cuyo principio es el del mundo deshumanizado. El mundo de filisteos más perfecto, nuestra Alemania, tenía, obviamente, que permanecer completamente retrasado con respecto a la Revolución francesa, restauradora del hombre; y el Aristóteles alemán que a partir de esto pretendiese elaborar su política tendría que empezar diciendo «El hombre es un animal social, pero completamente apolítico», pero no podría definir el Estado más exactamente que como lo ha hecho del Señor Zöpfl (1), autor del Derecho público constitucional en Alemania. Para él, el Estado es una «asociación de familias»”

“Los alemanes son realistas tan prudentes que sus más audaces deseos y pensamientos no van más allá de la tranquila existencia. Dicha realidad, y nada más, adeptan los que la gobiernan. También ellos son realistas, alejados de toda lógica y de toda grandeza humana, funcionarios típicos y terratenientes; pero no se equivocan, mejor dicho, tienen razón: tal y como son se bastan, indudablemente, para explotar y dominar este reino de animales porque, aquí como en todas partes, dominio y explotación son la misma cosa. Y cuando se hacen servir mirando desde arriba las cabezas bulliciosas de esos seres carentes de cerebro ¿acaso puede concebirse actitud que les sea más conforme que la de Napoleón en Beresina? Se cuenta que refiriéndose al bullicio de los que se estaban ahogando, dijo a sus acompañantes: «Voyez ces crapauds!» («Mirad esos reptiles»). Probablemente la anécdota no es cierta, sin embargo es verosímil. La única teoría del despotismo es el desprecio por el hombre, el hombre deshumanizado, y esta teoría, con respecto a las demás, tiene la ventaja de ser al mismo tiempo una realidad efectiva. El déspota ve siempre a los hombres a nivel inferior. Para él, a sus ojos, el resto de los hombres se hunden en el fango de la vida cotidiana, del cual, sin embargo, como las ranas, siempre vuelven a salir. Si esta concepción se impone incluso a hombres que fueron capaces de perseguir grandes fines, como Napoleón antes de su locura dinástica ¿Cómo va a poder un vulgarísimo rey, en una realidad como ésta, ser idealista?

La esencia de la monarquia es el hombre envilecido, despreciable, deshumanizado; y Montesquieu se equivoca completamente cuando pretende hacernos creer que esa esencia es el honor. Montesquieu intenta aclarar la cuestión distinguiendo entre monarquía, despotismo y tiranía. Pero no se trata más que de diferentes denominaciones de un único concepto, o todo lo más indican una diferencia moral en el ámbito del mismo principio. Allí donde el principio monárquico es mayoría, los hombres están en minoría, allí donde ni siquiera se discute, no hay hombres.”

“Durante mucho tiempo hemos estado equivocados con respecto a una cosa: en creer que los deseos e intenciones expresadas por el rey tuviesen alguna importancia. Por el contrario, no cambiarán nada: el material de la monarquía es el filisteo, y el monarca siempre será rey de los filisteos; no puede liberarse a sí mismo ni a su gente, no puede convertirlos en hombres reales, mientras ambas partes sigan siendo lo que son.”

“Mientras se actúe en el mundo político de los animales no se pueden dar reacciones más que dentro de sus límites, y no existe progreso de ninguna clase si no se abandona el elemento básico, y se pasa al mundo humano de la democracia. El viejo rey no quería nada extravagante. Era un filisteo sin ninguna exigencia espiritual. Sabía perfectamente que un Estado de siervos y el correspondiente gobierno no necesitan más que una existencia prosaica y tranquila. El joven rey era más despierto y más vivo, tenía un concepto bastante más amplio de la omnipotencia del monarca, cuya única limitanción reside en su mismo corazón e intelecto. El viejo y decrépito Estado de siervos y esclavos le repugnava. Quería infundirle vitalidad, penetrándolo completamente de sus deseos, sentimientos y pensamientos. (…) Lo que iba a gobernar a los súbditos no era la árida ley, sino el ardiente y vivo corazón del rey. Pretendía poner en marcha todos los corazones y todos los espíritus para la realización de sus más recónditos deseos y sus perfectamente poderados proyectos. A todo lo cual sucedió cierta animación, pero el resto de los corazones no latían al compás del suyo y los que estaban en el poder no abrían la boca, a no ser para deplorar la supresión del antiguo señorío. Los idealistas, cuya pretensión era la de hacer un hombre del hombre, captaron al vuelo las palabras, y mientras el rey fantaseaba en alemán antiguo, los idealistas pensaron que podrían filosofar en alemán moderno. Indudablemente, para Prusia, eso era inaudito. Por un momento el viejo orden pareció invertido, además hasta las cosas empezaron a convertirse en hombres, existieron, incluso, hombres con nombre propio, aunque en las Dietas no se permitiera la apelación nominal. Pero enseguida los siervos del antiguo despotismo pusieron fin a esa actividad antialemana. No fue difícil provocar un conflicto entre los deseos del rey, pleno de nostalgia de un pasado de curas, caballeros y siervos de la gleba, y la concepción idealista, que era un producto de la Revolución francesa, por consiguiente, esencialmente republicana y a favor de un ordenamiento de hombres libres en lugar de una jerarquía de cosas muertas. Cuando el conflicto fue lo suficientemente agudo y desagradable y el colérico rey estuvo lo suficientemente alarmado, se le presentaron aquellos siervos que tan fácilmente habían guiado antes el curso de las cosas y le dijeron que no era oportuno llevar a los súbditos a inútiles razonamientos y que sería difícil gobernar una prole de hombres parlantes. (…) Se produjo entonces una nueva edición de la antigua prohibición de todos los deseos y pensamientos del hombre acerca de los deberes y derechos humanos, es decir, la vuelta al antiguo y fosilizado Estado de los siervos, en el cual el Estado sirve en silencio y el señor de tierras y personas domina en el modo más tácito posible, a través de una servidumbre perfectamente adiestrada, tranquila y obediente. Ni unos ni otros pueden decir lo que quieren: unos aspiran a convertirse en hombres, otros niegan la posibilidad de la existencia de los hombres en el país.”

“En esto consiste el infeliz intento de elevar el Estado de los filisteos en el ámbito de su misma esencia: el resultado es que el despotismo de todos ha puesto en evidencia la necesidad de la violencia y la imposibilidad de actuar humanamente. Una relación brutal sólo puede manterse con la brutalidad.”

“No dirá ahora que tengo excesiva confianza en el presente; y si, sin embargo, no dudo de él, se debe, exclusivamente a que su desesperada situación me colma de esperanza. No hablo, en absoluto de la incapacidad de los señores y de la indolencia de los siervos y los súbditos, los cuales dejan que todo ocurra como ocurre, aun cuando ambas cosas juntas bastarían para provocar una catástrofe. Llamo su atención sobre el hecho de que los enemigos del filisteismo, es decir, todos los que piensan y sufren, están de acuerdo en que en el pasado les faltaban medios; y que, incluso, el sistema pasivo de reproducción de los antiguos súbditos incrementa sus filas de día en día con nuevos reclutas al servicio de la nueva humanidad. Pero el sistema de la industria y del comercio, de la propiedad y la explotación del hombre conduce, más aún que el incremento de la población, en el interior de la sociedad contemporánea, a una fractura que el viejo sistema no puede sanar, porque dicho sistema no sana ni crea, sino sólo existe y disfruta. La existencia de la humanidad doliente que piensa y de la humanidad pensante oprimida, tiene, necesariamente, que llegar a convertirse en insoportable e indigerible para el mundo animal de los filisteos que goza pasiva y obtusamente. Por nuestra parte, tenemos que poner en evidencia el viejo mundo y crear positivamente el nuevo. Cuanto más tiempo deje la historia para que la humanidad pensante reflexione y la humanidad que sufre reuna su fuerza, tanto más perfecto será el fruto que el mundo lleva en su regazo.”

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